La noche que Alfredo pudo tumbar a Ali
Nadie daba un duro por Alfredo Evangelista cuando Martín Berrocal le montó en un avión y le llevó a pegarse con el Más Grande. Parecía una locura, un disparate. Muhammad Ali estaba en el final de su gloriosa carrera, pero Alfredo era un recién llegado, un tipo con rasgos de caudillo indio, fuerte y poderoso, pero demasiado inexperto para aquella batalla. Evangelista tenía 21 años y 16 combates, con 14 victorias, un nulo y una derrota. Poco bagaje para medirse al rey del boxeo. Alfredo había llegado a España dos años antes, en 1975, de la mano de Kid Tunero, el extraordinario peleador cubano amigo de Ernest Heminghway cuando París era una fiesta. Kid se había aposentado en España años antes con su pupilo predilecto, José Legrá, el Puma de Baracoa. Y hasta Madrid se vino Alfredo Evangelista para aprender boxeo junto a aquel sabio con aspecto de Buda negro.
La pareja Tunero-Evangelista duró dos años y se rompió en vísperas del duelo con Ali. Al viejo Kid le parecía exagerado arriesgar tan pronto al joven Evangelista. Prefería senderos más cómodos, adversarios europeos ante los que Alfredo pudiera foguearse. Se impuso el criterio de Berrocal, que entonces era el mecenas de los boxeadores, y Tunero se quedó en Madrid mientras Evangelista se iba a EE UU con José María Martín Búfalo, que había sido hasta entonces ayudante de Tunero y que después se convertiría en pareja inseparable del peso pesado uruguayo.
El sabio Tunero se equivocó. Nunca en toda su carrera Evangelista ha sido más grande que aquella noche de mayo de 1977. Y el rey Ali también se equivocó. Muhammad estaba convencido de que aquel joven uruguayo le duraría lo que él quisiese. Durante cinco asalto, Ali bailó, jugó con Evangelista, esquivó sus acometidas y exhibió su mejor versión. Pero no calculó bien o pensó que Alfredo no era tan fuerte. Cuando Ali decidió acabar la batalla y acortó las distancias buscando el K.O. se encontró con un peleador tremendo, que replicaba golpe por golpe, que se tragaba los puños de Ali como si fueran de mantequilla, y que replicaba y replicaba. A medida que pasaban los asaltos el rey se empequeñecía y se agigantaba Evangelista. Al último round, Ali llegó demasiado cansado y Alfredo atacó y atacó, con la furia del que sabía que allí estaban la gloria y el futuro. Yo creo que Evangelista pudo noquear al Más Grande. Se le escapó, pero el joven peso pesado con aspecto de caudillo indio demostró que tenía talla de campeón y se ganó el respeto del mundo.