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Galileo y el mensajero sideral

Me gustaría poner los pies en la Luna para apaciguar la polvareda de los ecos de mi anterior columna en la que daba cuenta de la consideración de dopaje a los que a partir de este primero de enero utilicen botellas de oxígeno en la escalada de las altas montañas. Algunos afectados (que en realidad se descubren a sí mismos como tramposos a las reglas del juego que deben guiar a los buenos deportistas) han tratado de matar al mensajero. Pero esta situación me ha hecho recapacitar sobre esa debilidad tan humana que supone negar la evidencia aun a costa de sacrificar a los que la adelantan. Este 2007 conmemora el aniversario del lanzamiento, el 4 de octubre de 1957, del Sputnik, el primer satélite artificial.

Aquel hecho, trascendente en la historia de la exploración espacial, dio inicio a una carrera entre soviéticos y norteamericanos que llevaría al hombre a pisar la Luna. A buen seguro que un astrónomo, filósofo, físico y matemático nacido en la ciudad italiana de Pisa se habría encontrado entre los más fascinados escuchando el triple bip que emitía el pequeño satélite mientras orbitaba la Tierra. Porque Galileo Galilei fue el primer ser humano en ver la luna tal y como en realidad es, gracias a que en 1609 perfeccionó un artilugio inventado un año antes por el holandés Hans Lippershey. Se trataba de un tubo con lentes que permitía acercar la imagen de los objetos lejanos. Y lo dirigió hacia el satélite terrestre. Sus ojos fueron los primeros en ver sus polvorientos mares, sus cráteres y cordilleras. Y luego los dibujó. Los medios de comunicación daban cuenta, hace pocas fechas, de la aparición misteriosa en Nueva York de una primera edición de una de sus obras más importantes, el Sidereus Nuncius (traducible como El Mensajero Sideral o Mensajero de los Astros ). En ella aparecen los primeros dibujos que Galileo pergeñó tras las observaciones de la Luna. Esas cinco acuarelas inauguran la era de la exploración lunar basada en visiones reales. Ese espíritu curioso y científico le acarrearía a Galileo graves problemas con la Iglesia y le conducirían ante la Santa Inquisición donde debió retractarse de sus teorías ante el Tribunal guardián de la ortodoxia por "falso y opuesto a las Sagradas Escrituras", convirtiéndole, desde entonces, en adalid de la libertad de pensamiento y del enfrentamiento entre la ciencia y la teología. Las acuarelas recién descubiertas de Galileo son símbolos de lo mejor que tiene el ser humano: su voluntad de conocer, en palabras de Galileo, "...Ese gran libro del Universo, que está continuamente abierto ante nosotros para que lo observemos."

Sebastián Álvaro es director de Al Filo de Imposible, de TVE.