Subir con oxígeno es hacer trampa
Muchas veces he defendido en estas páginas los valores deportivos y, por tanto, el trabajo en equipo, el juego limpio, el esfuerzo y, en definitiva, todo aquello que los británicos sintetizaron en una expresión: fair play. Un concepto que condena la práctica antideportiva y que es aplicable tanto al futbolista mal intencionado como al alpinista que sube a una montaña con botellas de oxígeno y se lo calla, o al que dice que ha realizado la travesía al Polo Norte cuando en realidad se ha dado un paseo en helicóptero y sólo ha caminado ochenta de los 1.300 kilómetros que la forman.
Todos estos deportistas son sencillamente unos tramposos, porque quieren burlar las reglas. Cuando el deporte se encuentra delimitado por unas líneas en un rectángulo parece que la cosa está más clara. Pero, cuando no hay más juez que uno mismo ¿es o no deporte? Para los escépticos les recomiendo una ojeada al diccionario de María Moliner donde el segundo ejemplo que aparece dentro de la palabra "deporte" es el alpinismo.
Desde el 1 de enero de este año ha entrado en vigor la Lista de Prohibiciones del Código Mundial Antidoping, en la que se hace mención expresa a la prohibición de utilizar oxígeno para mejorar el rendimiento de los deportistas. Les puedo confirmar, como ya hice en El Larguero, que todos los juristas especializados en este apartado han coincidido en señalar que esa prohibición incluye a los alpinistas que realizan ascensiones a altas montañas. Además señalan la responsabilidad de los guías que lleven a sus clientes a realizar escaladas de este tipo. Me parece una magnífica noticia, que viene a poner orden en ese circo mediático en el que se ha convertido por ejemplo el Everest desde hace unos años y que llama a este tipo de prácticas por su nombre: dopaje.
Así que, a partir de ahora, cada vez que oigamos a un alpinista decir que ha subido con botellas a una gran montaña deberíamos decirle que su logro deportivo nos merece la misma consideración que la marca de Ben Johnson en los Juegos de Seúl en 1988, donde le pillaron hasta la bandera de esteroides. Entonces el Everest, quizás, vuelva a recuperar su condición de Bernabéu de las montañas, y su estadística se rebaje de más de tres mil ascensiones a poco más de cien; es decir las de aquellos que subieron limpiamente. Y desde su cima vuelva a gozarse, sin el estorbo de una mascarilla de oxígeno, de toda la belleza del planeta desde su punto de verdad más alto; de la expresión más gigantesca, despiadada y conmovedora de la naturaleza. Y de haber respirado nada más que ese aire leve, enrarecido, de la misma sustancia de los sueños, que alguien comparó con el que respiran los dioses.
Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'