A una llamada de distancia
Estamos rodeados de héroes. Pero no todos los que están en los titulares lo son (en especial esas deidades, tantas veces con pies de barro, en que convertimos a los deportistas) ni, me temo, todos lo que lo son están en esos titulares que otros no merecen. A quienes me refiero con este intento de trabalenguas son a los profesionales de los distintos servicios de emergencia, que sí ocupan un lugar de privilegio en la memoria y la gratitud de todos aquellos conciudadanos que alguna vez los hemos necesitado. Nuestra sociedad del bienestar se sostiene sobre unas pocas columnas. Una de ellas es la que conforman ese puñado de profesionales médicos, bomberos, miembros de los cuerpos de seguridad o expertos en protección civil que tenemos a una llamada de distancia cuando marcamos el 112. Apenas reparamos en las personas que la forman cuando nos los cruzamos por nuestras calles o les cedemos el paso cuando nos lo solicitan con sus sirenas para volver de inmediato a nuestros asuntos, olvidándonos de que, sin ellos, nuestra vida sería más triste, frágil e insegura.
Su vida es una aventura cotidiana al filo de lo imposible por lo que tiene de incertidumbre ante lo que se tendrán que enfrentar durante el día. También comparten con los aventureros de raza su forma de afrontar esa incertidumbre y encarar la adversidad. Se arman de preparación y profesionalidad, conocimiento y voluntad para afrontar las dificultades. Uno, que es tan crítico con los nacionalistas, apenas es propenso a decir el lugar donde ha nacido por aquello de que no lo considero relevante, ni mucho menos nos confiere características especiales el nacer en un lugar determinado, más allá de ser pobre o rico. Son los valores que defendemos, lo que hacemos por los demás, la solidaridad, el coraje, lo que nos dota de un plus especial, lo único que puede hacernos sentirnos orgullosos de pertenecer a ese mismo conjunto de personas.
Así que el lóbrego 11- M. me sentí orgulloso de esa gente anónima, valiente y solidaria, que pusieron humanidad en momentos de incertidumbre e infamia. Me sentí orgulloso de pertenecer a Madrid, simplemente porque ellos estaban ahí. Luego tuve la oportunidad de ver cómo se llevaban a mi madre agonizante en una ambulancia que llegó en menos de diez minutos y cómo la trataban con ese cariño que no paga un salario sino la satisfacción por la tarea bien hecha. Y hace poco un buen amigo, Santos Cañedo, me contaba que mientras atendían a su esposa se quedaron mirando con admiración una fotografía de una de mis aventuras en montaña y le contaron cómo querían a la gente de Al Filo. Desde aquí quería darles las gracias y decirles que es un honor compartir la misma idea de aventura, amor por lo que se hace y, en definitiva, amor por la vida.