La voz que clama en el desierto
Ahora más que nunca la naturaleza necesita una voz que la defienda, porque quienes tienen la obligación de defenderla se han convertido en sus mayores depredadores. Por eso se hace también necesario dar las gracias a todos los que por idealismo y amor a las montañas llevan luchando y haciendo clamar su voz en el desierto, rodeados de incomprensiones, que uno no creía ya posibles, siendo avasallados por los de siempre, los que tienen el poder y el dinero. A los demás, también como siempre, sólo nos queda la palabra. Uno, en su ingenuidad, pensaba que la democracia no permitiría destrozos medioambientales, como los que se están produciendo en este momento en España, por y para el enriquecimiento de unos pocos y el silencio cómplice de bastantes. Lo más terrible es el silencio. Hace más de un siglo John Muir, uno de los padres del conservacionismo, puso de relieve la necesidad que tenemos de conservar los parajes naturales para que todos podamos admirarlos, para hacernos mejores con su contemplación estética y moral. Por eso resulta tan desolador comprobar que esta agresión provenga de un sistema que se considera justo y democrático e, incluso, de partidos que se autoproclaman progresistas. La civilización y el progreso son justo todo lo contrario: contención y conservación. Quizás a lo peor es que ya nadie sea lo que dice ser.
O quizás, Marbella, Seseña, Mallorca o Espelunciecha sean el resultado de un mismo problema: la especulación urbanística, la codicia de unos cuantos, la insensibilidad medio ambiental y la falta de transparencia. Hoy preocupan especialmente las montañas, simplemente porque nuestros paisajes de costas y playas ya han sido arrasados, salvajemente urbanizados, y ahora van a por el último reducto de paisaje natural que nos queda: los espacios montañosos donde aún resiste la grandeza de nuestros últimos espacios naturales. La excusa de ampliar la industria del esquí (en un país en el que, según las previsiones, cada vez habrá menos) encubre una gigantesca operación urbanística. Cuando acabe, habremos perdido todo. Por eso nuestros políticos deberían tomar nota de Muir, que nos descubrió que la naturaleza tiene un componente cuasi religioso.
Debemos entrar en ella como se entra en un templo: con respeto. A algunos les puede parecer un sueño ganar esta batalla tan desigual. Pero, como dijo Nansen, ¿qué sentido tendrían nuestras vidas sin los sueños? Algún día esos espacios montañosos que hoy necesitan de nuestra defensa serán recordados como un símbolo. Un símbolo de la bondad y el altruismo frente al abuso, la prepotencia y la sinrazón. De ahí que quiera agradecer el empeño de los que se emplean en esa lucha por defender estos lugares en los que -como afirmaba de la Antártida el explorador Ernest Shackleton- aún se percibe "el alma desnuda del hombre". Y pedirles que sean, como él, resistentes y optimistas.
Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible, de TVE.