La vida siempre acaba mal
Algunos de los últimos accidentes en montaña y más en concreto la tragedia en la que terminó la excursión de un grupo de senderistas en Tenerife ha reavivado el debate sobre los que practicamos actividades en la naturaleza, sea senderismo o espeleobuceo, por poner dos ejemplos muy extremos. Los que nos critican por acometer voluntariamente riesgos, partidarios de la butaca y la certidumbre total, encuentran en estos desgraciados accidentes nuevas razones para acusarnos de imprudentes, y de que los rescates cuestan mucho dinero, mientras se enorgullecen de su tipo de vida, por ejemplo (oído en una radio): jamás salir al aire libre y no hacer deporte. Me viene a la mente ese viejo chiste en el que un médico le receta a su paciente la larga lista de todo lo que tiene prohibido: el tabaco, las grasas, el alcohol e incluso el sexo. El atribulado paciente le pregunta si así vivirá más tiempo. "No, pero se le hará mucho más largo".
Pues pareciera que nuestros próceres de la patria se han empeñado en lo mismo. Olvidada su misión de procurar una sociedad más igualitaria y con mejores servicios para todos, se han empeñado en que no pequemos, convirtiendo en anatema el tabaco, el alcohol, las tallas grandes de hamburguesa y, de seguir así, mucho me temo que más pronto que tarde, la aventura. Me pregunto cuándo volverán a rescatar la Inquisición para los que, pobres de nosotros, "pertinaces en el error", herejes que vamos por el mal camino y a los que hay que rescatar incluso en contra de nuestra voluntad. Investidos de la verdad, nos iluminan sobre lo que es bueno y malo, ya que, a sus ojos, no somos ciudadanos responsables sino súbditos privados de raciocinio y capacidad para elegir y asumir los propios riesgos. Camaradas: ¿dónde quedaron nuestros jóvenes sueños de libertad? No seré yo el que quiera dar ejemplo a nadie. Más bien todo lo contrario. Podría decir, como Joaquín Sabina: "Si lo que quieres es vivir cien años, no vivas como vivo yo". Pero no olvidemos que, en el fondo, sólo somos supervivientes de un pequeño planeta perdido en la Vía Láctea. Y lo somos por nuestra extraordinaria capacidad de adaptación que, paradójicamente, vamos perdiendo a medida que nos hemos ido rodeando de sofisticados aparatos tecnológicos. Probablemente nos extinguiremos de éxito. Pero vivir implica no dejar de luchar nunca. El auténtico superviviente no es alguien sin nada que perder sino el que está dispuesto a apostarlo todo. Y que la vida es una historia que siempre acaba mal porque al final muere el protagonista.