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Más planeta de agua que de tierra

El Planeta Tierra no existe, pero hemos preferido denominar así nuestro hogar en el Universo negándonos a reconocer que el espacio vital en el que agitamos nuestra breve historia como seres vivos es sólo una parte ínfima del planeta. Nuestro planeta es, sobre todo, agua. Sus tres cuartas partes están formadas por H2O, el compuesto químico más abundante de cuantos en él se contienen. El agua define el planeta de forma absolutamente decisiva hasta convertirlo a ojos extraterrestres en una esfera azul. Cuando el regalo del cielo cae a la tierra un gigantesco y multiforme motor se pone en marcha. Es la fuerza de la Naturaleza la que despierta. Pero este compuesto de hidrógeno y oxígeno significa mucho más que un mero combustible para la Naturaleza. Es una de las causas de su existencia misma. En su seno surgieron las primeras formas de vida sobre la Tierra, y es un componente esencial de todos los seres. De hecho, el ser humano es en un 78% agua. Miles de años de civilización han conseguido que la Humanidad desarrolle una asombrosa capacidad para no ser esclava de las fuerzas de la Naturaleza y conseguir la máxima autonomía.

Pero el agua potable es una necesidad tan primordial como lo fue para el primer Homo Sapiens. El agua está presente en su trabajo, en sus mitos, en su historia, en sus ritos religiosos, en su ocio. Por el agua hemos creado religiones y declarado guerras. Lavamos pecados, ungimos reyes, poblamos leyendas llenas de monstruos y dioses, tesoros y mundos ignotos. El ser humano ve que vive gracias al Planeta Agua. El terror cerval a que el agua jamás regrese de su viaje hacia las nubes ha tenido a los hombres escrutando el cielo desde hace milenios mientras se estrujan el cerebro para hacer acopio del preciado líquido. Egipcios, mayas, romanos o árabes, son algunos ejemplos de cómo, a lo largo de la historia, las civilizaciones han concentrado sus mejores ingenios y fuerzas en construir medios para disponer de agua suficiente. Una esperanza hermana absolutamente a todos los seres vivos, sin distinción: que la lluvia llene las venas de la Tierra de vida y de futuro. Sin embargo, nuestra soberbia nos ha llevado en gran medida a olvidar estas verdades. Y después de oír a Capello excusarse, una vez más, del juego del Madrid o al responsable ministerial decir que la contaminación es un asunto transferido a las comunidades y que "a ver si nos ponemos de acuerdo", la verdad es que resulta difícil ser optimista sobre nuestra capacidad de aprender. Por eso, más que alentadoras, son imprescindibles iniciativas como la Expo de Zaragoza 2008 con el agua como protagonista. Reflexionar sobre ella es hacerlo sobre el futuro de nuestra especie.