Una fábula blanca y su moraleja
Pongámonos a fabular, que es libre, gratis y además nos permite saltarnos engorrosos obstáculos como son las grietas del espacio y el tiempo. Imaginemos que se organiza la mejor expedición polar de la historia bajo los auspicios de sir Thomas Lipton, potentado británico creador de la famosa marca de té. Sir Thomas decide elegir a los mejores y consigue enrolar a Peary, conquistador del Polo Norte; al capitán Scott, el mejor de los líderes de expediciones polares junto con sus excelentes compañeros de aventuras antárticas, el científico Edward Wilson y el jovencísimo Cherry-Garrard; a Reinhold Messner, el alpinista más brillante de todos los tiempos; a Harry McNeish, carpintero de ribera capaz de hacerte un velero con unas cajas de fruta y miembro de la expedición transantártica liderada por Ernest Shackleton que sobrevivió tres años perdida en el continente helado. Por último, Lipton consiguió que se apuntase a su proyecto Stanley, el gran explorador africano famoso por haber encontrado a Livingstone. Con tamaña alineación el éxito parecería cosa segura.
Déjenme fabular, pero bajo el punto de vista que me da el tener cierta experiencia sobre el tema, creo que cuando se pusieran a caminar sobre la llanura helada y a enfrentarse a la cruda y helada realidad del cansancio, el frío, las ventiscas, el escorbuto y a sus propias ambiciones, es probable que alguien aventurara que quizás no fuese el mejor equipo. Comenzarían a aflorar las peculiaridades de cada uno, comenzando por el propio organizador. Y es que el Rey del Té era un hombre tenaz y tan dispuesto a gastar a manos llenas como poco inclinado a aprender de los errores. De hecho, persiguió, sin éxito, la Copa América desde 1899 hasta 1930. La cosa no mejora si observamos a los expedicionarios: Peary se mostró como realmente era, un manipulador cegado por la ambición y capaz de lo que fuese por hacerse con su objetivo, como lo demostró cuando mintió al decir que había llegado al Polo Norte. ¿No les parece que algo así pasa con los supuestos méritos deportivos de algunos fichajes? Por no hablar de Cheapy McNeish, siempre con una queja en la boca y una rebelión en la mente. Poco podrían hacer el leal y trabajador Wilson y el entusiasta Cherry-Garrard para atajar, como un angustiado Casillas, las tozudeces y equivocaciones de su compañero Scott, capaz de malgastar un buen equipo por falta de liderazgo y talento. Scott se habría impacientado con el individualismo de Messner, incapaz de hacer grandes cosas en equipo y a quien la altanería y el clasismo de Stanley le parecería un insulto. La moraleja de esta fábula nos muestra que, lo que realmente importa es el valor del equipo, algo que no surge de la suma de individualidades, por muy brillantes que éstas sean.