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Pereiro bien vale el postre del miércoles

En la pizarra de un viejo internado de curas con los nudillos de hierro rezaba: 'En junio a estudiar, en julio a penar, en agosto a recuperar y en septiembre a aprobar'. Alguien un día lo subtituló con mucha guasa: 'Junio con Arantxa en Roland Garros, julio con Perico en el Tour, agosto en Sanlúcar con las carreras de caballos y septiembre en el Carranza con el Cádiz'. Ninguno mentía. Porque del fracaso escolar siempre se culpó a la televisión, al Spectrum 48 y a las chicas, pero nunca a Roland Garros. Recuerdo perfectamente uno de mis primeros suspensos. Fue en Física y Química y la culpa la tuvo, servidor, Arantxa y Steffi Graf. La Sánchez-Vicario ganó en París el 10 de junio de 1989 y el Hermano Jesús me clavó un suspenso dos días después. De allí, por supuesto, al internado.

En los internados, julio siempre fue el mes del Tour. Se reconstruían las etapas con los periódicos que traían escondidos quienes salían de fin de semana y con lo que contaban las familias en las llamadas semanales. Si había etapa grande, algún cura te soplaba: "¡Minutada de Indurain en Luxemburgo!". Miguel ganaba tanto, que acabamos apostando el postre del miércoles con Chiapucci y Bugno. Luego llegó Armstrong, que hizo mucho daño al ciclismo. Al de los internados, digo. Aburrió a las moscas del Mulhacén, de Umbrete, de Campillo... Pero con Pereiro los postres vuelven a ser lo que eran. No hace mucho encontré a un viejo profesor del internado que me dijo: "Con Pereiro los postres valen más que cuando corría Perico". Y eso es mucho decir, amigos.