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Premio a 20 años en Torelló

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El fin de semana tuve una de esas gratificaciones que tan escasamente te brinda la vida. Uno de esos momentos que, después de los últimos accidentes, merece la pena reseñar en esta columna. Uno de los festivales más prestigiosos de Europa, el Internacional de Montaña y Aventura de Torelló, nos otorgó su máximo galardón, la Edelweiss de oro, por la trayectoria de estos 20 años. Alpinistas de la talla de Walter Bonatti han sido merecedores de este galardón, lo que hace de este premio no uno más sino una distinción especialmente apreciada.

Total que subí al escenario para agradecerla en nombre de todos los que han hecho Al filo de lo Imposible. Los que vinieron y aportaron más o menos pero siempre con ganas, los que están detrás de la cámara, los que se quedaron en el camino, los que están navegando en piragua por los fiordos de la Patagonia y los que nos verán en La2 a partir del domingo, eligiendo una forma determinada de televisión y de vida. No es elección fácil cuando estamos abrumados de famosillos cuyo dudoso mérito consiste en contar sus vergüenzas en público. Algo así como la versión moderna del "pan y circo". Pensé en voz alta compartiendo con todos los que abarrotaban el teatro de Torelló que el premio no nos hará más orgullosos sino más humildes y conté una anécdota de Miguel Mihura, el autor teatral de tanto éxito en vida. Consciente de que vivía en un país cuyo pecado capital es la envidia, fue cojeando a recoger un premio, ya que a su parecer en este país o tienes algún defecto o se te homenajea... cuando llevas años muerto. Mientras nos reíamos les dije la pura verdad; que no hay día que no me acuerde de dos compañeros a los que debemos buena parte de lo que somos y sabemos: Manolo Martínez, muerto en los Alpes en 1981, y Atxo Apellániz, que se quedó en la cara Norte del K2 en 1994. Ellos marcaron el camino a seguir. A ellos debemos, como dijo John Hunt, "...la mitad de la gloria". Por fortuna hay lugar para la esperanza mientras haya gente que creamos en que lo esencial sobrevive. Y, por último, dije que soy un afortunado porque puedo decir, lo mismo que Whymper, el vencedor del Cervino, echando la vista atrás a estos veinte años: "Veo los grandes picos levantarse hasta el infinito; huelo el fragante aliento de los pinos; y cuando todo eso se desvanece, otros pensamientos se presentan: recuerdos de hombres valerosos, rectos y sinceros... Hay alegrías demasiado grandes para ser descritas con palabras y hay dolores sobre los que no me atrevo a extenderme."