Profanador Armstrong

Profanador Armstrong

Armstrong corrió ayer la maratón de Nueva York. Lo hizo no como un atleta de élite, sino como un popular, es decir, mezclado entre la masa de corredores que se lanzan a las calles con el único objetivo de alcanzar la meta o mejorar su marca personal. Para una persona de 35 años, que no tiene que compatibilizar los entrenamientos con ningún horario laboral, con unas condiciones fantásticas para los deportes aeróbicos, primero corredor en su época de triatleta y después ciclista al más alto nivel, terminar el maratón no supone mayor reto. Máxime cuando, al no competir contra nadie, le da igual terminar su primer maratón en 2:45 horas que en 3:00. Acomoda su ritmo al que le resulte más cómodo y en paz.

Vaya, pues, por delante que no estamos ante ninguna machada. Estamos, más bien, ante una exhibición fuera de lugar. Armstrong tenía todo el derecho a correr una maratón, pero si quien ha ganado el Tour presuntamente de forma artera se decide a correr junto a los populares cuya particular EPO es la dieta de hidratos de la última semana y lo hace, además, rodeado de famosas liebres que ayer no tenían mejor cosa que tirar de un deportista de dudosa honestidad, pues suena a profanación. Los populares se merecen mayor respeto. Salvo que el propósito de enmienda de Armstrong sea real. Pero entonces no hubiera aceptado liebres ni elegido debutar en la más famosa maratón del mundo. En EE UU, por cierto, hay 26 cada año.