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Siempre nos quedará Kim Collins

Zona mixta en el Olympic Stadium de Sydney. 23 de septiembre de 2000. Pasaban minutos de las 20:45, hora local. Maurice Greene bramaba exhibiendo su medalla de oro con ese deje americano de quien no se ha sacado la hamburguesa de la boca. Y a unos metros de allí, el exultante Kim Collins, un tirillas que rozaba los 80 kilos, se envolvía en la bandera de una minúscula isla caribeña (San Cristóbal y Nieves, 39.000 habitantes). Después de responder a una decena de preguntas, alguien le preguntó por el dopaje. Collins sonrió, mostró su cuerpo y dijo: "Me chiflan los anabolizantes, ¿se nota?". Una carcajada generalizada dio paso a un silencio malintencionado cuando tras él surgió la mastodóntica figura de Dwain Chambers. Un amasijo de músculos atiborrado por un Menguele cualquiera que acabó con el inevitable resultado de positivo por THG, la droga invisible aseguraban, que dejó de serlo.

Collins, que llegó a ganar un Mundial, coqueteó en el 2002 con el positivo, pero se demostró que fue por algo que tomaba para paliar su asma. El físico de Collins le emparenta con los velocistas canijos, entre los que destacaban Calvin Smith, Carl Lewis o Asafa Powell. Gente fuerte, pero sin más músculos de los recomendables. En el otro rincón aparecen Gatlin, Linford Christie o Ben Johnson. Culturistas del hectómetro. Advierte Big Ben que "a mejor droga, mejor tiempo". Seguro que mucho fullero lo comparte y lo practica, pero yo pienso que siempre nos quedará Kim Collins...