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¿Quién tiró a Valentino Rossi?

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La respuesta es nadie. Simplemente se cayó y Pedrosa ni siquiera estaba cerca, como algunos malvados de ponzoñosa lengua se han apresurado a señalar. Aún estábamos saboreando el título de Lorenzo cuando ocurrió lo imposible. Me habría apostado mi siguiente expedición por un céntimo en contra. Pero hubiera perdido. Porque Rossi se fue al suelo en la sexta vuelta, en la curva más lenta y sin una excusa con la que calmar el estupor que nos abría la boca. Bajo el semáforo, la lucha se prometía homérica, como dijera el inefable Miquelín Flynn ante los primeros asaltos del gran combate que culmina El hombre tranquilo, la obra maestra de John Ford. Un único caballero de montura amarilla se las iba a tener que ver en desigual batalla con una legión de Hondas furiosas. Sin embargo, todos, incluido un servidor, creíamos que Rossi volvería a ser campeón del mundo. Si acaso, el único que podría interponerse en su camino sería Hayden. Así pues, el duelo entre Kentuky Kid e Il Dottore estaba servido. Porque en este deporte la mecánica y la ingeniería y la informática son importantes, pero lo realmente decisivo es el piloto. Y el mejor de esa grand trouppe es, como ha demostrado durante todo el campeonato, Rossi, para lo bueno (luchando contra la adversidad, las averías, la superioridad mecánica de sus oponentes) y para lo malo, en la última carrera. Por eso nos quedamos estupefactos. Un primer error en la salida culminó con el definitivo de su caída. Puede que a Rossi lo tirara el propio Rossi, sus fantasmas, su ansiedad o su suficiencia. O puede que comenzara a caerse mucho antes, allá cuando comenzaba la competición, mientras tenía su cabeza en otros motores, en concreto los que lleva un coche de Fórmula 1.

Y es que a veces se nos olvida que buena parte de un evento deportivo, sea este cual sea, está hecho de puro azar. Jugar bien y ganar es lo más normal pero no es infalible. Se puede perder siendo el mejor. Lo vimos en el Bernabéu jugando contra el Barça, cuando en la balanza entró en juego el coraje. Y lo vimos con Rossi. Cuando esperábamos una de sus genialidades, nos encontramos con el reverso de la moneda. El factor humano se imponía al mecánico. En cualquier caso seguiré teniendo a Rossi en lo más alto de mi Olimpo particular de deportistas que, como suele decir mi amigo Juanjo San Sebastián, son semidioses porque hasta sus defectos nos resultan más humanos. Porque, en efecto, el héroe Rossi, como un Aquiles moderno, cayó víctima de sus propias debilidades, que suelen ser peores y más letales enemigos.

Sebastián Álvaro es el director de Al filo de lo Imposible.