Corbatas de pega y Ronie en la mente
Sé que voy a retratarme, pero es ponerme una corbata y sentirme incómodo. Por eso suelo desconfiar de aquellos que visten el traje con la misma naturalidad que yo los vaqueros. Absurdos prejuicios de barrio y juventud, lo reconozco. Ayer me los tragué uno detrás de otro. Ramón Calderón y Enrique Cerezo llegaron impecables, como exigen sus cargos, pero ahí acabó cualquier atisbo de aburrida seriedad. El sarcasmo socarrón del rojiblanco encontró perfecta réplica en el madridista, más cauto, pero igual de afilado. Me divertí y salí de allí con el derby metido muy dentro. Ni una sola vez me llevé la mano al cuello para aflojarme el dichoso nudo.
S ólo una crítica: Cerezo, en un momento de educación temeraria, dijo que prefiere que juegue Ronaldo, que es bueno pero que no le da miedo. ¿Estamos locos? La culpa de que estos días sienta cierta presión extraña en mi nuez no es de la corbata, no. En mi vida, chicas aparte, sólo dos hombres me han dado terror: un profesor de Física de cuyo nombre no quiero acordarme, que provocó que esté aquí escribiendo y no operando en un quirófano (la humanidad le debe un homenaje), y el brasileño. Fue saber que jugaría el derby y romper a sudar. Sí, le vi contra el Dinamo, lento y tal, pero me da igual. Señor Calderón, ¿qué mejor gesto de cordialidad que dejar a Ronie en el palco el domingo? Yo le presto el traje.