El peligroso cambio del clima
Llegar a ser 1.000 millones de Homo Sapiens sobre la faz de la Tierra nos costó cuatro millones de años, hacia 1804. Los siguientes mil millones crecieron en tan sólo 126 años. La progresión se ha tornado meteórica y calculan los expertos que seremos nada menos que 7.000 millones de personas en esta nave flotante en el espacio allá por 2012. Quizá, pensando en estas cifras, la próxima vez que oigamos a un abuelete decir que ya no nieva como antes no nos sonriamos sin más. Los científicos ya han demostrado que los niveles de CO2 son la causa de alrededor del 80% del calentamiento global y sin embargo nuestra sociedad cada vez necesita más energía y ha visto duplicarse esos niveles en sólo un siglo. Pero no es necesario conocer esos datos para percibir este cambio climático, pues nueve de los diez años más cálidos que se han registrado han ocurrido desde 1990 hasta hoy.
Basta ser un simple paseante por los Pirineos o adentrarse en el Karakorum para percibir esta transformación escrita en los glaciares, pues sus hielos están retrocediendo a ojos vista. Este mismo verano he caminado junto a un Indo rugiente y enfurecido como nunca antes lo había visto. Esa fuerza le ha llegado de las lluvias monzónicas pero también del deshielo de los glaciares propiciado por la subida de la temperatura. En 1961 aún teníamos capacidad de maniobra, pues sólo había 3.000 millones de personas en el planeta, pero en 1986 ya había superado los 5.000, el límite, según los expertos, que la Tierra puede mantener con sus recursos. Una de las últimas predicciones sobre el cambio climático, realizado en la universidad de Oxford, asegura que en 2050 la influencia humana sobre el clima habrá sobrepasado a las naturales. Todos los desastres serán debidos a nosotros y nuestro comportamiento irresponsable. Voces muy autorizadas, como la de James Lovelock, advierten: "...si seguimos demorándolo otros cuarenta años ya no tendremos ninguna oportunidad y todo volverá a la Edad de Piedra. Seguirá habiendo humanos pero la civilización desaparecerá". Nuestra estúpida propensión para cargarnos el planeta parece una conducta suicida. Pero el destino de los glaciares, las últimas joyas de un planeta anterior al Hombre, está en nuestras manos. Que es, en definitiva, nuestro destino. Salvándolos, quizás nuestros hijos tengan una oportunidad. Somos, aquí también, una excepción: la única especie que no se preocupa por su prole.