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Premio recogido en nombre de amigos, compañeros y algún generoso desconocido

Cuando un viejo republicano como yo avanzaba a recoger el Premio Nacional del Deporte de manos del Rey, pensaba en lo paradójica que es la vida. No tenía a mi lado a Manolo, ni a Marisa, a Toñín y Carmen, a Atxo, Mirian, Miguel Ángel, Xabo, Ester, Juanito o Edurne, y tantos otros amigos, para compartir este momento tan especial. Algunos desaparecieron, aunque siguen vivos en mi memoria, y otros están en el Everest o Shisha Pangma. El premio reconoce la trayectoria de quien les escribe porque siempre he defendido valores deportivos como el trabajo en equipo, la solidaridad, el coraje o el sacrificio. El lenguaje permite comunicarnos y analizar la realidad. Las palabras enseñan a mirar, a ver de otra manera. He querido compartir con ustedes experiencias y emociones.

Déjenme pensar que esto es un reconocimiento colectivo, porque nada de lo que soy, o he hecho, ha surgido de la nada y en soledad. Cuando recogía el premio lo hacía en nombre de compañeros, amigos y hasta desconocidos que han aportado algo (a veces con serio sacrificio personal) para que avanzase 'Al filo de lo imposible'. Y también de mis maestros en el difícil arte de hacer buena televisión, o los colegas que me permiten escribir en prensa, como este periódico, o hacer radio, como mis amigos de El Larguero. Es el equipo quien hace posible los triunfos, ayuda a aprender del fracaso y nos da fuerza ante los nuevos retos. Mis camaradas estarán de acuerdo en agradecer que se hayan fijado en nuestros deportes, a veces nublados por tanto contrato multimillonario. He agradecido al Rey con torpes palabras el premio mientras pensaba en esos amigos. A unos y otros, muchas gracias por todo.