Mil formas de hacer el panoli
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Hace años que Luis me dio una clase teórica sobre los que son poco espabilados. Él los definía así: los del labio caído. Se les identifica por su candidez, por su falta de picardía, por quedarse con la boca abierta mientras el rival juega. Ayer, con el técnico a la cabeza, los nuestros parecían contagiados por ese espíritu lelo. Ni a propósito se pueden regalar tres goles de forma tan absurda. Ni queriendo se puede renunciar a jugar por las bandas ante un equipo que se metía con diez atrás. Ni ensayando muchos meses se puede lograr con tanta pulcritud hacer el ridículo ante un rival que no es nadie, y que seguirá sin serlo.
Contrastaba la juerga de los verdes en la grada con la apatía de Luis en el banquillo. ¿Hastío, cansancio, falta de ideas? No sé, pero las ilusiones rotas en Alemania comienzan a pasar factura. La confianza otorgada a un grupo de jugadores que nos ilusionó se ha demostrado que es errónea. Salvo el empuje de Villa y las ganas de Cesc, muchos demostraron estar quemados. Tras lo de ayer, el seleccionador tiene las manos libres para meter la tijera o arrojar la toalla. Situaciones así no se pueden repetir. Ni un grito de rabia, ni un gesto de rebeldía, ni un ápice de reacción. Eso duele más que la derrota en sí. A todos se nos cayó el labio ayer. ¡Qué pena!




