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Con generosidad infinita tras una pretemporada gris y la ausencia de los fichajes prometidos, el respetable acudió a la primera cita con su equipo con la ilusión de antaño. Los equipos de Capello puede que aburran pero inspiran respeto y hasta confianza. O igual es que los madridistas están lo suficientemente quemados como para no andarse con juicios prematuros. Ese clima favoreció para ver otro Madrid bien distinto al del desastre de Cádiz. Y así fue más fácil el debut de Diarra, que apuntó maneras, y el estreno goleador de Van Nistelrooy, menos espectacular que Ronaldo pero igual de efectivo.
La primera jugada del partido alejó fantasmas. Y había unos cuantos en la grada. Unos invisibles, como Ronaldo, y otros bien expuestos en el Palco, como eran los representantes del Milán, que han venido a por el brasileño. Se finiquitaba la etapa galáctica y la angustia de tres años sin títulos impedían ni un mínimo recuerdo para barriguitas o ruletas. El fútbol, como la vida misma, permite los romanticismos justos. Eso sí, Capello cuidó la puesta en escena, desde el terno impoluto que lucían él y sus ayudantes, hasta el recuperado esfuerzo en el campo de un grupo que, por primera vez, dio la impresión de creer en las ideas de Fabio. Mejor así.




