Derecho a pensárselo dos veces
Es que están hechos de una pasta especial". Esta explicación suele zanjar conversaciones en las que tratamos de explicar las hazañas de los grandes deportistas. A ojos del resto de comunes mortales se nos aparecen como elegidos de los dioses, bendecidos con cualidades que admiramos. De ahí la profunda decepción que nos provocan cuando se descubre que han hecho trampas, que no han competido en igualdad. O cuando les falta esfuerzo y capacidad de sacrificio. Junto a los mitos que caen se viene al suelo nuestra confianza en que podemos ser mejores. Los casos de dopaje que están salpicando las noticias deportivas nos producen un daño que va más allá de lo meramente deportivo. Porque nos demuestra lo débiles que podemos ser. Pero no debiéramos dejarnos llevar por el fatalismo y pensar que sólo somos eso. Esa parte oscura y negativa no lo es todo. Frente a los tramposos otros deportistas continúan demostrándonos con su ejemplo que aún es posible creer en lo imposible.
La expedición que he compartido en el Karakorum ha sido muy grata en ese sentido. Edurne Pasabán ha tomado la decisión de reincorporarse a la carrera por los ochomiles en la que, hoy día, es la segunda alpinista del mundo en número de cimas de ocho mil metros alcanzadas. Y Juan Oiarzábal ha decidido acompañarla en alguna de sus expediciones. Esta decisión, a todas luces difícil de tomar tras la terrible experiencia que vivieron en el K2, ha necesitado de un largo periodo de reflexión. Los fanáticos del resultado opinarán que esos meses reflexivos son un tiempo derrochado; que pensárselo dos veces es signo de temor y no de sensatez. Pero ellos no son los que van a jugarse la vida. De conseguir ser la primera mujer en lograr los 14 ochomiles, convertirá su logro en algo comparable en nuestro país a las nueve Copas de Europa del Real Madrid o los 12+1 campeonatos mundiales de Ángel Nieto. En unos días, parte hacia el Shisha Pangma. Sólo le restan seis ochomiles. Ha sido conmovedor estar estos días al lado de Juanito viendo cómo lucha por volver a ser el de antes. Sobreponiéndose a las limitaciones que le imponen las amputaciones, ha vuelto a escalar en roca y hielo. Y se ha fijado un nuevo reto: no terminar su carrera de alpinista sin haber ascendido 25 cumbres de más de ocho mil metros. Alpinistas como Edurne o Juan pertenecen a ese grupo de deportistas imprescindibles porque nos devuelven la fe a los comunes mortales.