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El Techo del mundo está más cerca

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El Techo del mundo ya está un poco más cerca y es un poco menos remoto. El gobierno chino acaba de inaugurar con, la pompa y circunstancia habituales de un régimen tan comunista como propenso a lo imperial, una línea férrea que une Pekín con Lhasa, capital del Tíbet. 48 horas de viaje que superarán los miles de kilómetros y los más de 4.000 metros de altitud, por lo que los vagones están presurizados para evitar que los viajeros sufran el mal de altura. La idea de unir China y Tíbet por tren es vieja, pero las dificultades técnicas para construir un trazado en condiciones tan duras (clima extremo, hipoxia por la altitud, tierra congelada permanentemente...) no lo han hecho posible hasta ahora. Y es que la geografía en el Tíbet todo lo impregna, todo lo decide, desde el trazado de una vía férrea a la espiritualidad de un pueblo.

Desde luego que en el gobierno chino no han pesado las motivaciones románticas y viajeras, sino su voluntad de "integrar" aún más el Tíbet en lo económico, en lo religioso, lo político y lo militar. Pero muchos de los "viajeheridos" me comprenderán si les confieso que de inmediato me he imaginado con un billete en la mano, la mochila a los pies y la mirada perdida en un mar de vías esperando que llegue el tren del Tíbet, y recordando un viaje extraordinario en el que crucé el altiplano tibetano, con sus luces, sus nómadas y peregrinos, esa tierra de ensoñación que permaneció en la leyenda de los viajeros hasta bien entrado el siglo XX. El ferrocarril tiene un fabuloso halo mítico y viajero que le ha acompañado desde su mismo nacimiento. Para muchos el tren ha sido el primer nexo de unión con lo desconocido, la primera puerta que cruzar a otra vida. "Desde que era niño, cuando vivía cerca de la vía férrea de la compañía Boston y Maine, rara vez oí el paso de un tren sin sentir deseos de montar en él", escribió Paul Theroux, uno de los más grandes autores de libros de viajes. Atravesará Turquía, Irán, Pakistán, India, Birmania, Tailandia, Camboya y Japón, abordando ferrocarriles cuya sola mención evoca el viaje: el Orient Express, el Flecha de Oro malayo, el Estrella del Norte, el Transiberiano... Sin duda un viaje en tren se encuentra entre las mejores formas de comenzar. Y ojalá sirva para que algún día el Tíbet sea un poco más libre.