Improvisar también es importante
Oímos que improvisar es sinónimo de chapuza y antónimo de la planificación rigurosa, prima hermana de la ejecución milimétrica, tan alabadas ambas en estos tiempos. Quizá sea así porque, como tan agudamente muestra Woody Allen en su magnífica Match point, nos empeñamos en negar que el azar dicta buena parte de nuestras vidas. De ahí que no sabemos improvisar; dar las respuestas adecuadas a problemas inesperados y súbitos. Por ejemplo, entre las peores carencias del último Real Madrid es que ha resultado demasiado previsible, sin jugadores capaces de improvisar.
Las empresas con gran incertidumbre exigen dosis de improvisación. Esto no implica que no haya que planificar, ser riguroso. Pero en una montaña te enfrentas a riesgos que se presentan en cualquier momento y que deciden el signo del partido. Y, a veces, el de nuestra vida. Por eso saber improvisar, y aprender de los errores, es vital para cualquiera que acomete grandes aventuras. En nuestro caso, ha sido la escalada del Kanchenjunga la que nos ha puesto ante esta tesitura. Con sus 8.598 metros es la tercera montaña más alta de la Tierra y, probablemente, tras el K2 y el Annapurna, la más temible. Tras mes y medio de expedición, nuestro grupo se retiraba después de haberse quedado a menos de cien metros de la cima, en medio de una tormenta brutal.
Podría contarles que subir hasta esa altitud y regresar indemnes es una prueba de sensatez. Pero en cualquier situación lo de verdad importante es aprender. ¿Qué hemos hecho mal o que podríamos mejorar para sucesivas expediciones? Es probable que no hayamos afinado en el ataque a la cima del Kanchen. Unos días antes la austriaca Gerlinde Kaltenbruner conseguía su noveno ochomil, sobrepasando a Edurne Pasabán y convirtiéndose en la himalayista mejor situada para conseguir los catorce. Quizás deberíamos haber estado allí en ese momento. Ser el mejor implica serlo leyendo el ritmo de la montaña. Y, por supuesto, saber improvisar. En la bajada del Kanchen, nuestro amigo el ecuatoriano Iván Vallejo optó por quedarse en el campo 3 a que pasase la tormenta y, dos días más tarde, hizo cima. Probablemente Iván sobrepasó los límites razonables de riesgo. Quizás no sepamos nunca si hicimos lo correcto. Pero lo que me indican los datos objetivos es que él supo improvisar y ganó su apuesta. Felicidades, amigo.