Zizou merece la puerta grande
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Los que acudan el domingo al Santiago Bernabéu no deben esperar ningún golpe teatral del francés. Si hay lágrimas se las tragará, si hay emoción la ocultará con un par de controles geniales, si hay tristeza la disimulará con esa sonrisa que cautiva. Zidane siempre ha pasado de puntillas sobre todo lo que no fuera jugar al fútbol. Ahora recuerdo que cuando llegó a Madrid, va para cinco años, se asustó un poco con la persecución periodística. Se pasó dos semanas de un sitio para otro a cambio de que luego le dejáramos en paz, a él y especialmente a su familia. No pedía más. Pero no lo hacía de forma arrogante, ni desafiante. Lo hacía a modo de súplica, incapaz de amenazar y mucho menos de ponerle la cruz a nadie. Eso ya lo hacen otros.
Conociendo su forma de ser, no estaría de más sacarle los colores por una vez, que se sintiera torero dando la vuelta al ruedo y saliendo a hombros por la puerta grande. Porque es lo que él se merece. Se corta la coleta un maestro del fútbol, un genio, un tipo que podría pasar por jugador de regional si observamos su humildad fuera del campo. En este Real Madrid, tan acostumbrado en los últimos días al desvarío y los protagonismos ridículos, merece la pena hacer un esfuerzo de memoria histórica para despedir a alguien tan especial. Los que acudan al estadio el domingo a las siete siempre podrán contar a sus nietos que ellos estuvieron allí, que lo vieron y lo disfrutaron. Para los románticos, eso tiene un valor incalculable. Yo también estaré allí.




