Debajo de la Estrella Polar
El magnetismo de los polos también es capaz de atraer a la sangre azul. El lunes las agencias esparcieron la noticia de que Alberto II de Mónaco había llegado al Polo Norte. El monarca de los monegascos declaró que el viaje había sido difícil debido a las condiciones climatológicas. El Polo es lo que tiene. Por fortuna no tuvo que soportarlo mucho tiempo pues apenas recorrió 120 km subido en un trineo. Un helicóptero había dejado a este miembro de la nobleza y del COI (sí, fue el que nos hizo el favor de preguntar por el terrorismo de ETA a resultas de la seguridad en Madrid, candidata olímpica), en la base rusa de Barneo desde la que emprendió una excursión en busca de ese lugar mítico, debajo de la Estrella Polar, donde son todas las horas a la vez y mires donde mires lo haces hacia el sur. Pero el viaje a los polos dista mucho de ser ese paseo.
U n deportista como Alberto de Mónaco debería respetar la ética y la grandeza de la exploración. Este viaje no es el del norteamericano Peary y menos aún el de Amundsen o Scott. Conquistar el Polo Norte supone, desde siempre, hacerlo desde el lugar de la costa más cercano. Contrasta la expedición de Alberto II con la reciente del noruego Ousland que, en los mismos días, ha unido el cabo Articheski con los 90 grados norte. Más de 1.000 km, sin ayuda y arrastrando su trineo, con temperaturas de 50 bajo cero. Ambos representan cosas muy diferentes. ¡Y tanto! Pero es que Alberto no resiste la comparación con otro noble: Luis de Saboya, el Duque de los Abruzos, que en 1900 llevó a cabo un intento innovador y muy atrevido por conquistar el Polo Norte (en la imagen). No lo logró, pues perdió un equipo de trineos completo, con dos hombres y todos los perros desaparecidos en el océano. Él mismo sufrió congelaciones y le amputaron, sobre la marcha, varios dedos. Pero el Duque sí es un buen ejemplo, uno de los grandes aventureros de todos los tiempos. Con este viaje, el nuevo Grimaldi dice que ha querido llamar la atención sobre los peligros del calentamiento global, que está muy bien. Lo que no lo está es confundir a la opinión pública: unas decenas de kilómetros subido en un trineo, que arrastran unos pobres perros, es una imagen poco edificante y no es mérito para entrar a formar parte de esa singular tradición de aristócratas europeos inclinados a la Aventura con mayúsculas.
Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'