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La tentación que es más irresistible

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Me pregunto qué busca quien decide presentarse a la presidencia del Madrid. Y dejo al margen el loable deseo de ayudar al club. ¿Notoriedad? Es probable. Imagino que lo único que le falta a un empresario de éxito (a un millonario, para entendernos), es fama, un reconocimiento que trascienda el despacho y los empleados, una popularidad que vaya más allá del restaurante de cinco tenedores y alcance el bar de la esquina. Son pocos los que consideran el anonimato como un privilegio y muchos los que sienten en algún momento la vulgar necesidad de cambiar los baños de sales por los baños de masas, el ágape en el club de golf por el cordero asado en las peñas o la firma por el autógrafo.

Supongo que así se explica la lluvia de candidatos, por un lado, y la resistencia a convocar elecciones, por otro. Tal vez sólo Carlos Sainz, habituado a las portadas y al reconocimiento público, sea inmune a este juego de vanidades. O pudiera ocurrir que sea él quien más lo eche de menos. Es difícil saberlo. De lo que estoy seguro es de que en el fondo de cada caso, detrás de cada millonario y de cada candidato, no hay más que un niño deseando jugar al fútbol. Y si recuerdan aquellos tiempos, había dos formas de asegurarse la alineación titular: o jugar bien o ser el dueño del balón.