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Echarles no es tan difícil

Empezaron en el colegio, los malotes ya saben, amenazando a los más débiles porque llenaban así sus patéticas existencias. Luego crecieron y los peores, aquellos a los que la edad no les trajo ni un ápice de sabiduría, siguen desfogando sus frustraciones en cualquier sitio: un bar, un concierto, sus hogares, en plena calle y, sí, también en los estadios. El fútbol no genera la violencia, pero la padece igual que el resto de la sociedad. La cuestión es si de verdad se quiere acabar con ella.

Los clubes saben quiénes son los culpables y pueden echarles para siempre. Laporta llegó y lo hizo. Ya no hay violentos en el Camp Nou. Bastó con intentarlo. Ahora, el Atlético tiene la obligación de actuar con igual contundencia. Eso sí, mal empezamos con el lamentable comunicado de su Agrupación de Peñas, cargando contra el árbitro y el Sevilla, condenando tarde y con una tibieza insultante a los vándalos. Esa masa sumisa lleva años callada en el Calderón, escuchando insultos racistas o cánticos sobre el asesinato de Aitor Zabaleta. Al club y a la mayoría de esta gran afición les toca mover pieza. Si quieren, pueden acabar con ellos.