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El lado oscuro de la montaña

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La actitud solidaria de dos buenos amigos, los hermanos Iker y Eneko Pou, ha conseguido que el mundo de la montaña haya ocupado algunas páginas de periódicos sin que de por medio se haya cruzado una tragedia. Gracias a su decisiva ayuda, tres alpinistas franceses pueden contar hoy lo cerca que estuvieron del lado oscuro a los pies del Fitz Roy, una imponente y peligrosa aguja de piedra en La Patagonia. El deporte de la montaña no posee árbitros ni reglamentos escritos ni comités de disciplina que vigilen la deontología de sus practicantes. Han sido la propia montaña y los que viven en ella sus sueños quienes han forjado una forma de actuar -casi una forma de ser- en especial cuando vienen mal dadas y alguien se encuentra en apuros en un campo de altura, herido en una grieta o atrapado en una pared remota.

En esas situaciones todos los que conocemos el universo vertical sabemos lo importante que es el coraje, el altruismo y la solidaridad. Ayudar a un accidentado en montaña se convierte en una prioridad que se sobrepone a cualquier otro objetivo. Es una cuestión de pura supervivencia que parece llevásemos en nuestros genes escrito a sangre y fuego. La única forma de saber que te van a ayudar en una situación apurada es haber ofrecido tu ayuda antes. Es algo que desde luego tiene que ver con las mejores esencias deportivas, pero en general es aplicable al común de los mortales y a la vida diaria. Es uno de esos bienes comunes que tenemos la obligación de hacer colectivos, uno de esos valores que nos definen como especie y dan sentido a la vida.

Me apresuro a reconocer que por supuesto se han dado casos de insolidaridad manifiesta entre los alpinistas. En su libro La vertiente oscura Joe Simpson pone algunos ejemplos escandalosos, como aquel alpinista hindú que estuvo agonizando a 8.000 metros en el Everest, mientras era observado a unos metros por un buen número de indeseables que no quisieron mover un dedo. Lo mismo ha ocurrido ahora en La Patagonia, o en el Nanga Parbat hace 6 años cuando nuestros amigos Tamayo y los hermanos Iñurrategui se la jugaron para rescatar a un alpinista colombiano gravemente herido, mientras a su lado pasaban unos coreanos y unos japoneses mirando a otro lado. Y es que los alpinistas no son una especie aparte del resto de los mortales. Pero no es menos cierto que los ejemplos de solidaridad y entrega que recorren la historia del alpinismo son de los que hacen pensar con cierto optimismo a cerca del ser humano. De algunos de esos ejemplos recientes nos hemos hecho eco en estas líneas. Y hoy lo hacemos con el de los hermanos Pou, que renunciaron a una cima por salvar una vida, mientras otros se escondían.

Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'