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Los buenos augurios del número uno

Hace más de un año algo les conté los buenos augurios que le traería a Fernando Alonso el dorsal número cinco. Superstición o sencillamente suerte, entre unos y otros hasta catorce pilotos llevaron ese número el año que se proclamaron campeones del mundo. El asturiano fue el quince. Este año va a llevar el número uno, otro dorsal mágico cuando hablamos de posibilidades de ganar el Mundial. Desde 1973, año en el que se reglamentan los número fijos (excepto el 13 que quedó excluido), cuatro pilotos han ganado un total de ocho mundiales portando el número uno: Prost (1986), Senna (1991), Schumacher (1995, 2001, 2002, 2003 y 2004) y Hakkinen (1999). Antes de 1973, es decir, cuando sólo se podía llevar ocasionalmente el uno (se otorgaba el número por orden de inscripción) se han conseguido once mundiales: Fangio (1954,1956 y 1957), Brabham (1959 y 1960), Phill Hill (1961), Graham Hill (1962 y 1968), Clark (1963 y 1965) y Fittipaldi (1972). Entre todos suman diecinueve mundiales, un dato muy superior al del cinco del último año. Más datos y uno en concreto que no favorece al asturiano. Cuando el año acaba en seis la estadística da ventaja a los ingleses, por lo que Button y su Honda aumentan sus posibilidades de victoria. Cinco mundiales han acabado en seis desde que existe la Fórmula 1 en 1950 y en tres de ellos ha ganado un británico: Brabham (1966), Hunt (1976) y Damon Hill (1996). Fangio (1956) y Prost (1986) han evitado el pleno inglés.

Una curiosidad referida a la manera de celebrar las victorias. Los vencedores de GP llevan ya cuarenta años duchando con champagne al público. La primera vez que se utilizó esta bebida fue el 2 de julio de 1950 en el GP de Francia celebrado en Reims, principal ciudad de la Champagne francesa. Paul Chandon Moët y su primo el conde Frédéric Chandon de Brailles, productores de champagne y grandes aficionados al automovilismo, regalaron una botella de Jéroboam de Moët y Chandon al vencedor, Fangio, quién la abrió en el podio. Dieciséis años después, en 1966, Davis Siffert, vencedor de las 24 horas de Le Mans en su categoría descorchó una botella de Moët pero estaba caliente por lo que salió a presión y duchó a todo el mundo. Al año siguiente, los norteamericanos Dan Gurney y Anthony J. Foyt, que ganaron la prueba en categoría absoluta con el Ford, hicieron lo mismo pero provocando el efecto aspersor intencionadamente al agitar la botella. Desde entonces las victorias han sido celebradas así con la excepción de las de Alan Jones (en once ocasiones), Regazzoni (una), Carlos Reuteman (tres) y Keke Rosberg (tres) entre 1978 y 1984 con el Williams patrocinado por Saudia Airlines, empresa árabe que por motivos religiosos prohibía la celebración con bebidas alcohólicas. Jones, que fue campeón en 1980, lo celebraba con zumo de naranja y Rosberg, campeón en 1982, con agua. Algo parecido ocurre en Bahrain, donde el podio se festeja con una bebida gaseosa sin alcohol...

Pero hablemos de 2006, que seguro será año Alonso. Los V8 con 200 CV menos le favorecen como uno de los pilotos más finos. La técnica es fundamental con menos potencia. La fiabilidad es otra carta a su favor. Los motores al ser menos potentes van más forzados y el Renault es muy fiable. El neumático también está a favor de Alonso. Renault y MichelIn son franceses y aliados por ese chauvinismo que les pierde y que por una vez hasta nos va a favorecer aunque el piloto sea español. ¡Viva la France!