El partido es (también) de los jugadores
Un puñado de cretinos ululantes y el hartazgo de Etoo en La Romareda ha avivado el debate fútbol y racismo. Un estadio, el que sea y de donde sea, excita el desahogo. Y desembrida la mala educación. Con todas la matizaciones que se quieran hacer. Que las hay y muchas. Pero no todo vale. Estoy convencido que más de una garganta ululante el pasado sábado en Zaragoza, si hoy coincidiera en la calle con el jugaiestdor del Barça se fotografiaría con él y le pediría un autógrafo para su hijo. El muy imbécil. Por esto aplaudo la actitud de Etoo. Si deplorables y condenables son los usuales insultos xenófobos y homófobos, jugar con el color de la piel es suicida.
En un estadio hay muchos más centenares de estúpidos ocasionales que de racistas. Y miles que miran para otro lado. Esta pasividad alimenta el problema. Basta con silbar o animar para ahogar el griterío del coro de necios. Implicación. Y que los dirigentes políticos y deportivos firmen menos protocolos y actúen con la dureza necesaria. Exige también compromiso por parte de los veintidós jugadores que están en el césped. Aunque sólo sea por corporativismo. Parar el juego y permanecer en el campo. Un desafío. Y con el mismo recetario que los provocadores. A ver quién desestabiliza más, los que gritan y ululan o la totalidad de los jugadores. Y de paso también una inyección de adrenalina a tanta pasividad general. Cuanto antecede, vale también para todas las categorías inferiores.