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Curiosidad y vencer el miedo

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Desde hace tres días nos hemos visto obligados a refugiarnos en una pequeña caleta, al abrigo de los fuertes vientos y de los icebergs a la deriva que pueblan estas aguas. A nuestro alrededor las montañas parecen surgir, como fantasmas, de entre la niebla y el fondo del océano. Es la perfecta ensoñación de la aventura. Porque, como dice David Thoreau: "Al mismo tiempo que ansiamos explorarlo y comprenderlo todo, necesitamos que todo siga misterioso e insondable". En nuestros días, la Antártida sigue siendo el último continente, el menos conocido, el más frío, el más inaccesible. El último reducto de la exploración, la ciencia y la aventura en nuestro planeta. Por eso, adentrarse en su interior, en sus mares o en sus montañas, como estamos haciendo, supone poner en marcha dos sentimientos que los humanos conocemos tan bien: la curiosidad y el miedo.

En eso pensaba el otro día mientras esperábamos impacientes el regreso desde la cima de tres compañeros que se encontraban perdidos entre la niebla en uno de los lugares más solitarios del planeta: el Monte Shackleton, así bautizado en honor del famoso explorador polar británico. Se trata de una de las grandes montañas de la península antártica con apenas 1.465 metros. Pero este dato es engañoso. Su presencia es imponente y su acceso difícil y peligroso debido a sus glaciares. Además, su estructura, el riesgo y la incertidumbre de su escalada la emparentan con las grandes montañas del Himalaya.

Mis compañeros se empeñaron en subir por una pared vertical de hielo. Tras doce horas lograron alcanzar la cima, casi al mismo tiempo que la niebla se adueñaba de la montaña y les dejaba bloqueados. Primero aguantaron una gélida noche sentados en una repisa tallada con sus piolets. Después, cuando ya la ansiedad se había apoderado de quienes les esperábamos, tuvieron que enfrentarse a una decisión que requería de toda la sangre fría y experiencia a su alcance. En apariencia, bajar por una arista fácil era la solución. Pero José Carlos Tamayo, más que veterano en estas lides, supo proponer la solución correcta. Con una niebla que impedía ver más allá de diez metros, aventurarse por un camino desconocido era un suicidio. En una montaña cercana, no hace mucho, desaparecieron tres alpinistas ingleses. Sólo se encontraron algunas de sus pertenencias. Sin suficientes estacas para clavar en el hielo y así rapelar, tuvieron que destrepar la terrorífica pared de hielo. Era sin duda, una decisión que requería antes que nada vencer el miedo. Era la más difícil pero, al tiempo, la única posible. Tras diez horas de durísimo y arriesgado descenso lograron llegar al pie de la pared. La niebla no se retiró en los siguientes días. A veces, vencer el miedo resulta rentable.

Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'.