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Cabizbajos, pero con medalla

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Las finales de balonmano tienen estas cosas. Cuando la cosa se tuerce es muy difícil de enderezar. Sucedió en la final del Mundial el año pasado, pero al revés. Entonces nos entró todo. A los 35 minutos ya habíamos metido los mismos goles que ayer en todo el partido y ganábamos por diez de diferencia. Cómo sería que cundió la sospecha que el portero croata pudiera estar sobornado. Ayer, en cambio, no entró nada. Dos periodos de oscuridad total en el ataque de más de cinco minutos de duración cada uno ya encendieron las alarmas en la primera parte. En la segunda fue peor todavía: catorce minutos y cuarenta segundos sin meter un solo gol. De un 20-22 a un 20-28. Quedaban seis minutos y medio, pero no hubo reacción.

Eso fue lo peor. Faltó coraje. Los rostros de nuestros jugadores reflejaron pronto la derrota. Llegaron a jugar seis contra cuatro y no fueron capaces de marcar. Esta vez no saltaron a la cancha con el cuchillo entre los dientes. Rocas pasó de una efectividad del 84% de sus tiros en el campeonato al 57% en la final. Romero, del 59% al 38%; Entrerríos, del 56% al 29%. Enfrente, en cambio, Karabatic fue un coloso. De meter el 50% de sus lanzamientos en todo el campeonato pasó a transformar ayer el 79%. Como se hartó a tirar nos hizo una sangría. Volvemos cabizbajos y humillados, pero con una medalla, no lo olvidemos, que premia el gran trabajo hecho en todo el Europeo. El de ayer sólo fue un día desafortunado para olvidar rápidamente.