Vaughan y el brillo del hielo
De largo, era el más viejo del campamento. Pero me pareció que también era a quien más le brillaban los ojos. Aquel verano austral de 1994, todos los habitantes de aquel campamento provisional nos sabíamos privilegiados por estar allí, en una planicie desolada y batida por vientos feroces en plena Antártida. Nuestro grupo, junto con los amigos de la Escuela Militar de Montaña de Jaca, afanado en los preparativos previos a iniciar la marcha a pie de 1.300 km para alcanzar el Polo Sur Geográfico y escalar las montañas más altas del continente antártico. Puede que el objetivo del veterano Norman Vaughan fuese más modesto: escalar una montaña de unos 3.000 metros. Pero para aquel hombre, que aquellos días cumplía 89 años, esa montaña era muy especial. No en vano, era "su" montaña.
En 1928, el explorador norteamericano Richard Byrd la había bautizado como Monte Vaughan, en agradecimiento a un joven, responsable de los perros de trineo, que había realizado un excelente trabajo en aquella expedición en la que el almirante Byrd sobrevoló el Polo Sur Geográfico. Poco importa que las aventuras aéreas llevadas a cabo en los polos norte y sur por aquel almirante norteamericano, siguiendo la estela de otros ilustres mentirosos de la exploración polar como Peary o Cook, resultasen un fiasco. El joven Vaughan había dejado la universidad de Harvard, atrapado por la atracción de héroes como Byrd y Peary, y sobre todo por las grandes extensiones heladas donde, algo más de una década antes, habían protagonizado sus hazañas hombres, estos sí excepcionales, como Nansen, Scott, Amundsen o Shackleton. De aquellos hombres y de su primera aventura en la Antártida hablé largo y tendido con Norman Vaughan. Lo que trascendía a sus palabras, y creo que quedó impreso en nuestra película, es el amor por la Antártida y la emoción que impregnaba a un hombre entregado a la aventura.
Realizó tareas de rescate durante la II Guerra Mundial y la Guerra de Corea. Y entre los 69 y los 82 años participó en varias ediciones de la Iditarod, la carrera de trineos de perros más dura del mundo, en una de cuyas ediciones tuvo que ser rescatado al límite. Acaba de morir Norman Vaughan con cien años recién cumplidos y con él se ha ido uno de los últimos testigos directos de aquella Edad de Oro de la exploración polar. Pero gracias a sus relatos y a la memoria de los que amamos las inmensidades heladas pervive la fuerza de aquel brillo del hielo que una vez vi en los ojos de un veterano aventurero de 89 años. Recuerdo como si fuese hoy mismo las últimas palabras que me dijo y que, creo, modestamente, he seguido al pie de la letra desde entonces: "Vive aventuradamente; atrévete a fracasar".
Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'.