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Un país de campeones furtivos

La temporada 2005 ha sido la mejor de la historia para nuestros pilotos off road. España ha logrado ocho campeonatos del mundo y dos europeos, vamos, igualito que el fútbol. Cinco mundiales de Trial, dos de Adam Raga (uno de ellos indoor), uno de Laia Sanz en categoría femenina, el mundial júnior logrado por Daniel Oliveras y el de equipos (el Trial de las Naciones) conseguido por España. En Enduro Iván Cervantes ha arrasado y le ha secundado Cristóbal Guerrero en categoría júnior. Marc Coma ha vencido en rallys todo terreno por lo que se convierte en el gran favorito para hacer lo mismo en el Dakar. Además hay que añadir los dos europeos de trial de Guerrero y Laia Sanz. Sesenta y tres victorias mundialistas y siete europeas. Nos falta el Motocross, pero ya llegará. Soberbio. ¿Y esto cómo se consigue? Para mí es todo un misterio. Adam, Laia, Daniel, Iván, Cristóbal y Marc son unos furtivos cuando entrenan por montes y caminos, como le ocurriría a cualquiera de nosotros. En España la moto de campo es un deporte perseguido especialmente por la administración, hasta el punto de que este año en el paquete de medidas para prevenir incendios tras el desastre de Guadalajara se decidió prohibir circular cualquier vehículo por el monte. ¿Cuándo han leído ustedes que un motorista ha provocado un incendio? Yo nunca. ¿Y los senderistas, los que montan a caballo o los de las mountain bike? Las motos no incendian, lo hacen las personas. Las consejerías de Medio Ambiente de cada comunidad son las que regulan estas actividades, pero siempre apuntan hacia los mismos, los moteros, esos que pagamos un impuesto de matriculación de motos de campo cuando la realidad es que no se pueden utilizar.

Pero no toda la responsabilidad es de quien legisla, gran parte de la culpa la tenemos nosotros mismos cuando nos sale la vena macarra, la del escape libre y el exhibicionismo del caballito y el derrapaje para impresionar y molestar a algún tranquilo viandante. Sólo nosotros podemos acabar con esta especie, marginándolos e incluso denunciándolos, porque, aunque nos duela, haberlos, haylos. Cuando estos macarrillas y asimilados vendan sus motos y se imponga la cultura de montar en moto civilizadamente podremos empezar a pedir a las administraciones que cuenten con nosotros, que estudien como dar permisos para utilizar vías pecuarias, caminos forestales u otras zonas. Y esa negociación tendrá que incluir motos que no metan ruido, límites de velocidad y un compromiso con el medio ambiente muy por encima de cualquier otra actividad.