Un circo con muchos gigantes
Partidos tan vibrantes como el de ayer en el Palau son signo de buena salud en el basket español. Respeto la opinión de quienes piensan que hubo tiempos mejores en nuestro baloncesto, pero creo que se equivocan. No se debe confundir la época triunfal del Real Madrid con bonanza general en el colectivo. Por supuesto, es deseable que el Real recupere el máximo nivel, pero no para ser un marajá entre humildes, sino un grande entre grandes. Aquel Madrid arrollador en España y Europa fue básico para la divulgación del baloncesto en nuestro país, pero bastaba un pabellón de tres mil espectadores para cubrir sus necesidades de aforo, y en el resto del país raramente asistían más de un millar de espectadores a cualquier partido.
Una simple comparación (odiosa, como todas) para respaldar mi tesis: el baloncesto de Israel. Tiene a un Maccabi conocido en todo el mundo, campeón de Euroliga en las dos últimas campañas, acaparador de títulos nacionales y con jugadores convertidos en héroes populares. ¿Significa eso que el baloncesto israelí es superior al nuestro, o al italiano? Pienso que no, porque los restantes equipos viven en la penuria, económica y deportiva. La fortaleza de un deporte o una competición debe cifrarse con su nivel medio, no los destellos de máximo esplendor. Hay que rascar la superficie. Todos nos embobamos con las carreras de Fernando Alonso, pero muchos menos se interesan por cualquier otra prueba de automovilismo en la que no participe el asturiano.