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Los ricos y sus récords

Viyaypat es lo que se considera comúnmente como un hombre de éxito. Dueño de un imperio textil en su India natal, a sus 67 años Viyaypat Singhania goza de una cuenta corriente con una salud insultante. Es un filántropo cuyas fundaciones se ocupan del deporte, la protección medioambiental o la erradicación de la pobreza. Pero a nuestro héroe le faltaba algo más. En realidad buscaba algo emocionante en su vida. Y miró al cielo. Singhania acaba de batir el récord mundial de altitud a bordo de un globo. Desde luego, para el magnate textil ha valido la pena y no sólo desde un punto de vista personal, pues ha afirmado que su logro va a demostrar al mundo que los ciudadanos indios "no somos conductores de carros de bueyes sino que podemos competir con los mejores del mundo".

En su tan divertida como ilustrativa Historia natural de los ricos Richard Conniff analiza esta pasión de los millonarios por arriesgar el pellejo comparándola con lo que hacen otras especies animales y llega a la conclusión de que sencillamente se pavonean para demostrar su propia valía más allá de la fragorosa jungla de los negocios. No es de ahora esta pasión por batir récords o desafiar los límites geográficos, físicos o de la propia resistencia humana e identificar el éxito con el de todo un país. De hecho, un buen número de grandes aventuras a lo largo de la historia se han iniciado con una de esas barreras como objetivo. La diferencia estriba en que antes no era el único. La ciencia, el afán de conocimiento, parecen haberse quedado en el camino. En mi opinión ha sido un viaje empobrecedor en el que la aventura se ha visto reducida a una mera marca. Desde este punto de vista, hazañas como la de Shackleton, que logró sobrevivir tres años perdido en la Antártida sin perder a ninguno de sus compañeros, debería ser considerado un absoluto fracaso, pues ni siquiera pudo poner el pie en el continente que pretendía atravesar.

Sin embargo, aquella aventura ha sido una de las más enriquecedoras de cuantas se han vivido en el continente helado. Y qué quieren que les diga: para récord de altitud el de Luis de Saboya, Duque de los Abruzos y nacido en el palacio real de Madrid. En 1909 escaló hasta los 7.500 metros de altitud en el Chogolisa, una bella montaña del Karakorum. Fue la primera vez que alguien se adentraba en esa altitud que luego se denominó "la zona de la muerte". Su récord no fue batido hasta 1922 cuando los británicos utilizaron botellas de oxígeno en el Everest. Luis de Saboya también se internó en el Ártico, cartografió las montañas de la Luna y exploró el Karakorum, dando a conocer el K2, sentando las bases del desarrollo del Himalayismo actual. Su aportación fue colosal y su figura es casi desconocida en nuestro país, y eso que la Enciclopedia Británica le dedica apenas dos palabras: "montañero español".