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Hombre rico, hombre pobre o ¿sería igual en Chamartín?

Buscando un nuevo enfoque sobre el acoso del Ayuntamiento al Atlético en forma de zanjas, he decidido entrevistar a mi padre en condición de arquitecto, madrileño, atlético y hombrecillo entrañable. Les haré un breve resumen de sus opiniones (las publicables). Como profesional, me informa de que la sensación general en el sector urbanístico es que las obras no han sido bien planificadas y que los plazos (enero de 2007) se alargarán ya que, una vez soterrada la M-30, habrá que acondicionar la superficie y, aunque menos graves, también serán incómodas. Parece ser que Gallardón ha logrado una extraña unanimidad: IU denunció las obras ante la UE, los ecologistas han puesto el grito en el cielo y el Colegio de Arquitectos solicitó que se detuviesen. Como habitante sufridor de este Madrid-gruyère, no cree que sea una persecución contra el Atlético: cruzar la ciudad en cualquier dirección es una aventura y la gente lo hace obligada para trabajar, pero no está dispuesta a sufrir una odisea para ir al fútbol. Y como rojiblanco, me apunta, con más razón que un santo, que si el equipo no fuera más aburrido que ver crecer la hierba, la gente no fallaría. Eso sí, concluye, en el Bernabéu se habrían acondicionado mejor los accesos. Amén.

En realidad, esta comparación es lo que más enerva al seguidor atlético, que siente que el Ayuntamiento está cometiendo un enorme agravio comparativo respecto al vecino. Mientras le tiende la mano a Florentino, al Atlético le pone la zancadilla. Primero intentaron sacarle hasta los higadillos en las negociaciones por La Peineta y, ahora, observan de manera vergonzosamente pasiva cómo el camino al Calderón parece un campo de minas. Miren las fotos, ¿se les ocurre una manera mejor de ahuyentar a la gente del Manzanares? En serio, hay futbolistas de Primera que no superarían esa prueba de obstáculos. Y por favor, no me salgan con lo de la envidia, con que los atléticos siempre se comparan y demás tópicos de barra de bar. Nadie pide que cerquen Chamartín, sólo que no exista un doble rasero. Ya fastidia que, ahora que los árbitros también hacen sangre en la otra orilla, llegue Gallardón para recordar que, ayer, hoy y siempre, Madrid tiene su propio Hombre rico, hombre pobre.