Sirve como conciencia del vestuario
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Amí, que me den introvertidos como Pablo García, que cada vez que abre la boca sentencia. Y si lo hiciera diciendo sandeces o regando las ruedas de prensa de tópicos, acabaríamos por no hacerle ni caso. Pero dice verdades como puños. No creo que a algunos de sus compañeros les haga gracia que cante las cuarenta en cuanto le ponemos un micrófono delante. Pero igual es lo que les hace falta a esos, acostumbrados a la crítica amable. Deberían reflexionar y saber que, tanta sonrisa, tanta chica guapa, tanto boato, viene añadido por ser jugador del Madrid.
Por eso Pablo representa la otra cara. No esconde su admiración por el Che, toma mate en vez de bebida de marca. No hace anuncios porque su estética no está concebida para vender nada más que honradez en el terreno de juego. Y se cisca en lo que haya que ciscarse porque se tuvo que buscar la vida de acá para allá desde los dieciocho años solo por el mundo. Él entiende perfectamente lo que es el reposo del guerrero cuando disfruta con la familia en la intimidad. No le busquen en presentaciones ni en discotecas. Lleva apenas tres meses pero, sin quererlo, se está convirtiendo en el Pepito Grillo del Madrid galáctico, en el feo que acaba poniendo el espejo enfrente del guapo para demostrarle que no es tan guapo.




