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Un aplauso para Madrid

Un aplauso en un campo de fútbol. Ésa ha sido la noticia deportiva de esta semana. Y es que corren tan malos tiempos que lo evidente necesita mucha ayuda para salir a flote. Me pregunto cómo deben andar las cosas para que un gesto de deportividad y de buen gusto, aplaudiendo a un artista como Ronaldinho, se haya convertido en símbolo de sensatez ciudadana y normalidad política. Estos días, releyendo en la Antártida Once momentos estelares de la Humanidad, se me quedó clavada una frase de su autor Stefan Zweig que, escrita casi cien años antes, parece describir perfectamente el tiempo que estamos viviendo: "Fue una oportunidad perdida, un tiempo en el que el absurdo triunfó sobre el sentido común y la pasión se impuso a la razón".

Esa es la explicación de la sorpresa. Pero a uno, que ejerce tan poco de madrileño, no le sorprendió la reacción del público del Santiago Bernabéu. Mientras fuera claman contra la capital (¡en uno de los países más descentralizados del mundo! como recordaba Alfonso Guerra), los madrileños de a pie sabemos que esta es una ciudad mestiza y orgullosa, heredera de "la capital de la gloria" y el "no pasarán", pero también del "ya hemos pasao", de los Azañas y Machados, y de Quintero, León y Quiroga, del estraperlo y la movida. Ninguna otra ciudad española ha tenido la capacidad de absorber lo de fuera como Madrid. El otro día Gallardón (que no es santo de mi vocación) decía algo que suscribo plenamente: "De Madrid es cualquiera que quiera serlo". Y si no quiere serlo también le queremos. Así que los que deberían tomar nota son esos políticos (unos y otros) que andan con la tea en la mano. Aquel aplauso, además, también tiene una lectura interna. Hubo quien aplaudió con las manos dirigidas al campo pero la mirada clavada en el palco, lo cual de alguna manera también resulta positivo.

Protestar o disentir con elegancia y un punto de ironía siempre es preferible a esos cafres gritones que, en número cada vez mayor, se cuelan en los estadios y cuya inteligencia apenas les llega para balbucear insultos racistas. Son de esos gestos que se convierten en un símbolo. Entre el aplauso del domingo y el cochinillo del Camp Nou, hay la misma diferencia que entre la Constitución del 78 y el nuevo Estatut que nos quieren colar Carod, Maragall y cia. Ese aplauso de los madridistas se ha convertido en una trinchera contra los que se empeñan en convertir un espectáculo deportivo en una cloaca y este país en un ring de boxeo. Y de la misma forma que el atentado del 11-M sacó a la luz lo mejor de un pueblo que no se doblega, la derrota del domingo ha mostrado cual es el camino. Necesitamos más trabajo en equipo, más lucha, más solidaridad, más generosidad, más talento. Y, como decía Zweig, que el absurdo no se imponga al sentido común.