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Márketing o muerte, ésa es la cuestión

El Real Madrid será propiedad algún día de un extranjero millonario? ¿Llegará el día en el que en vez de decir sueño con ir al Santiago Bernabéu diremos sueño con ir al Telefónica, o al Pepsi, o al Purito Reig? Pues algo así es lo que les espera a los aficionados del Liverpool si los rumores se hacen realidad y Robert Kraft, un industrial americano que vende papel, compra el club. Kraft hace poco cambió el nombre del estadio donde juega su equipo de fútbol americano, los New England Patriots. Antes se llamaba el Foxboro; ahora es el Gillette.

Lo más probable es que esta tendencia siga creciendo, que los clubes míticos del fútbol europeo vayan pasando a manos de gente que no comparte, ni de cerca, la pasión desenfrenada del fan de toda la vida. (El único comentario público que ha hecho Kraft sobre el Liverpool es que es "una gran marca"). Las opciones para el Madrid, o el Barça, o cualquier otro club que sigue con la idea romántica de que los socios deben ser los dueños, son dos. O hundirse lentamente en una especie de segunda división europea, o seguir como hoy. Exprimiendo dinero de la marca a lo bestia.

Osea, vendiendo camisetas, relojes y piscinas hinchables (sí, piscinas hinchables: fíjense en la página web oficial del Madrid). Pero, ante todo, firmando contratos por cientos de millones euros con multinacionales que creen que venderán más teléfonos móviles o coches o refrescos en China y Japón si crean una identificación en las mentes de los consumidores entre su nombre y el del Real Madrid. Hay que hacer todo esto, y más, o el Chelsea o el Liverpool o (algún día, ¿quién sabe?) el Gillette United se come a los grandes clubes españoles. Márketing o muerte, ésa es la cuestión.