La prima del 73 que no cobraron
Zapeando en la madrugada del viernes con mi coqueta radio-ducha, escuché dos voces amigas. Era mi admirado Amancio Amaro (lástima que por cuestión de edad mis ojos de niño sólo pudieran pillar las diabluras del Brujo en sus últimos años de fútbol) conversando con J.J. Santos. El compañero le preguntaba por aquel partido, de infausto recuerdo, jugado en Francfort ante los yugoslavos. Ya saben. La cantada de Iríbar, el gol de Katalinski en el minuto 13 y todo eso. El gallego, con más escamas que el padre de Nemo, explicó con buen magisterio: "Se suele decir ahora que los futbolistas son multimillonarios y que por eso no juegan estimulados. Pues en 1973 nos daban de prima un millón de pesetas por meternos en el Mundial de Alemania y eso te daba para comprar dos pisos de la época. Y ni así. Somos lo que somos...".
Amancio vivió la cultura del madridismo. La misma está marcada por las gestas del Madrid en la Copa de Europa, que durante una década inolvidable (1956-1966) permitieron a este país asomar la cabeza lejos de las fronteras con el pecho hinchado y el orgullo intacto. El Madrid de Don Santiago y sus galácticos en blanco y negro (Di Stéfano, Puskas, Gento, Pachín, Santamaría, Amancio, Zoco, Velázquez, Pirri...) lograron que millones de españolitos se olvidasen de que su selección era menos que nada en el escaparate internacional. Genios como Amancio alimentaron el orgullo de un fútbol sin denominación de origen.