El Atlético en su estado más puro
Perder o empatar un encuentro en el minuto noventa y cuatro no está al alcance de cualquiera. Yo no recuerdo que al Real Madrid o al Barcelona les haya pasado algo semejante. Cuanto más reniego de los tópicos que nos definen históricamente, más me tengo que plegar ante los mismos. Lo que cuesta entender es que siendo tan proclives al infortunio, no tengamos la capacidad necesaria para neutralizarlo de una vez por todas. Especialmente cuando no es la primera, ni será la última vez que nos suceda este accidente. Al Deportivo y a la Real Sociedad les regalamos en el tiempo de prolongación una victoria que ya acariciábamos. Al Villarreal le hemos obsequiado con un empate que nos deja en tierra de nadie en la clasificación, cuando podíamos estar ya en los puestos de arriba codeándonos con los mejores. Resulta deprimente ver cómo, una y otra vez, caemos en lo mismo. Me niego a reducir todo al simple fatalismo. Nos pasa lo que nos pasa por nuestros propios errores. A pesar de que el centro del campo mejora sustancialmente con la inclusión de Gabi, nuestros centrocampistas se muestran incapaces de tener el control del balón, de "congelar la pelota", como pide Carlos Bianchi cuando la situación y el resultado lo requieren.
Seguramente nos falte la experiencia y la madurez suficiente para no perder este tipo de encuentros en la recta final. Son derrotas, por inesperadas, que van más allá de la perdida de los puntos. Conllevan un enorme batacazo anímico considerable porque es muy difícil asumir lo injustificable y comprender lo que no tiene explicación lógica alguna.