¡Que viva el gran batiburrillo!

Cada vez estoy menos de acuerdo con los que piensan que lo importante es el resultado. De ser así, Luxemburgo habría encontrado en Sevilla la solución a sus tribulaciones. Logró ganar en un campo maldito y, si vemos el marcador, lo hizo con solvencia. Me explico. Cuatro centrales espolvoreados en la recta final por el cuadrado (que en realidad es rectángulo) mágico. Un delantero en plan islote para cazar un par de balones y, si hay suerte, mandar al menos uno a la red. ¿Y el resto? Aguantar en defensa, patadón y poco más. ¿Y para eso una inversión millonaria en jugadores y el cartel de que en ese equipo actúan los mejores?

En ese maremagno táctico, en ese despelote posicional, nos quedaron varias cosas muy claras. Que Sergio Ramos ya puede rezar para que no le pongan nunca más de medio centro porque pueden acabar con su carrera. Que Guti sigue demostrando que lo suyo no es salir desde el inicio y que se gana a pulso su fama de indolente. Que a Raúl, a base de marearle con tanto cambio, se le ha olvidado jugar de delantero. Que Helguera, pese a no estar renovado, es la mejor garantía en el centro de la defensa. Y que Robinho igual no es tan genial como aparentó en Cádiz pero de manta tiene muy poco. Decidirá partidos.