Un partido jugado sin balón
En septiembre del pasado año escribí en AS un artículo titulado A Laporta le cuesta aterrizar. En él reclamaba que alguien debería proporcionarle al presidente del Barcelona el vehículo para descender, y con cuatro ruedas bien consistentes: las de la humildad, el sosiego, la autocrítica y el saber escuchar. Hoy, un año después, Laporta sigue ahí arriba, pero ya no es contemplado con admiración, sino con desconfianza. Muchos han descubierto que no vuela y creen haber desnudado el truco: pende de un hilo tejido de trolas y megalomanía.
Día a día, un huracán de evidencias desmantela su credibilidad. Una colega periodista definió días atrás, con precisión milimétrica, lo que lleva de mandato el president del Barça: "Entró como un Kennedy y puede salir como Nixon". El aval de Joan Gaspart a todo cuanto hace no presagia lo contrario. El caso Alejandro Echevarría es, por encima de otras consideraciones nada superfluas, el proceso a una mentira reiterada. Gorda, pero no la única. De ahí el hartazgo. Una mentira a medias de ningún modo es una media verdad.
Durante su campaña electoral, Joan Laporta vendió transparencia. Tras dos años y cuatro meses de presidente, mucha gente blaugrana tiene la sensación de que aquellas palabras eran puro galanteo. En su libro La insoportable levedad del ser, el checo Milan Kundera ya lo dejó claro: "La coquetería es una promesa de coito sin garantía". Aun y consiguiendo la pasada Liga, cada vez es más patente la sensación de gatillazo. En el campo la pelota puede entrar. Laporta, allá arriba, no necesita balón. Juega contra sí mismo.