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Pablo García fue jefe y no indio

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Artículo uno: a esto se juega con ocho futbolistas genéricos, un portero, un nueve y un mediocentro. Artículo dos: si éste es lo suficientemente bueno, no hay que tirar del doble pivote. Valen ambos para Pablo García, lo que en Argentina sería el 5 puro, un futbolista bisagra entre ataque y defensa. El que juega ahí no lleva gente al estadio (tampoco uno se enamora de la columna vertebral de su pareja), pero se le echa de menos cuando falta. Es un futbolista para el entrenador, más inteligente que físico o aventurero. Su mejor virtud es el conocimiento del oficio y por ahí el uruguayo ha cargado de razón al que le fichó. "Soy un indio, no el jefe", dijo en AS hace diez días. Fue un subidón de humildad.

Pablo García ofreció su mejor versión. Fue el tercer central cuando empujó el Atlético, el dique que paró contragolpes y el inicio de la transición hacia el ataque de su equipo. Tuvo toque y quite. Eso evitó esfuerzos a los que tiene por delante, la verdadera maquinaria de guerra del Madrid, y le hizo ganar la banda derecha al equipo: con él Beckham no necesita doblar jornada y ayudar en el centro. Fue el Redondo de los mejores días con un innecesario punto de violencia que no le da carácter y sí puede quitarle partidos.