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Del respeto a los árbitros

El respeto a un profesional emana de su quehacer. Se consolida o dilapida en función de su trabajo y conducta. Llevamos sólo seis jornadas de Liga y el colectivo arbitral ya está cuestionado. Nada nuevo. Tampoco las causas. Leña a un muñeco que se deja, porque básicamente ni tan sólo es un buen maniquí. Por no ser, ni están catalogados oficialmente como profesionales; aunque cobren como tales. No creo en las conspiraciones que denuncian algunos. Sí, en cambio, en la nula voluntad de acabar con el entramado de intereses que sostiene el escenario sobre el cual actúa la marioneta.

Poca culpa tienen buena parte de los trencillas españoles -en todo caso caradura- de ser ineptos para arbitrar el fútbol profesional. Sus errores técnicos rebosan ignorancia. Y su altivez en el campo, chanza. No todos ellos, pero sí un montón. Un buen pararrayos para los clubes que, en demasía, coquetean con el ridículo en sus quejas; golosa excusa para ocultar sus propios yerros. Terreno abonado para que cada vez más, les crezca el morro a muchos futbolistas. Su comportamiento les incapacitaría para jugar más de media hora en el fútbol inglés, tan distinto en este sentido.

Que Sánchez Arminio pida respeto al "trabajo" de sus pupilos tiene su lógica. La de él. Esto es: nada que ver con el sentido común, ni con el siglo XXI. Su carrera de árbitro la basó en el silencio y la sumisión. Esperar que airee la caverna y haga limpieza de la mediocridad, es tanto como pedir el Nobel de Literatura para el autor de la frase "era de noche y, sin embargo, llovía". La duda se centra en saber si hay alguien que de verdad esté interesado en cambiar todo esto. Por respeto al resto de mortales.