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Rubén Cano o el más perfecto mal remate de todos los tiempos

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Disculpen la veteranía, pero desde 1978 a las eliminatorias previas de un Mundial les han podado todos los puertos de primera. Los torneos que hoy son de 32 eran entonces de 16, con sólo ocho plazas para Europa frente a las catorce de que dispondrá en Alemania 2006. Con el crecimiento del torneo y la caída del Muro de Berlín, que fragmentó la Europa del Este y dividió en decenas de repúblicas a tradicionales potencias futbolísticas (URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia...) bajó mucho el precio de la clasificación para un Mundial, hasta el punto de que España, país tradicionalmente instalado en el sufrimiento previo, ha jugado los últimos siete de forma consecutiva, con los únicos apuros de aquel España-Dinamarca del 93, de los que nos sacó un cabezazo de Hierro, y los actuales.

Antes del 78 fue otra cosa. A los de mi generación nos hablaban en casa de naufragios ante rivales que nos sonaban a inofensivos (Turquía, Suiza, Finlandia), pero para nosotros el eje del mal pasaba por Yugoslavia. La reiteración de enfrentamientos nos hizo creer que el bombo era un camelo. El gol de Katalinski (1974) nos tuvo cuatro cursos escolares en un grito. Así que en la revancha del 77 hubo que inventarse una gripe de mediodía para saltarse las clases de la tarde y ver el partido. Sufrí tanto que llegué a pensar en quitarme del fútbol (un tal Kustudic que luego jugó en el Hércules cazó a Pirri a los 13 minutos; Susic, un diablo, lanzó un tiro al palo; a Juanito le rompieron una botella en la cabeza). Del oscuro pensamiento me sacó Rubén Cano, en el mejor mal remate de todos los tiempos.