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Jugador de barrio, líder de un país

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Imagino que el persuasivo Guasch habrá tenido que echarse a la izquierda la muleta de treinta años de oficio para sacarle una veintena de respuestas con jugo a Arango, el mejor futbolista de Venezuela y quizá el más tímido del Mallorca. "Es tan callado que puede parecer arrogante", le justifican en la Federación Venezolana. Su padre, colombiano emigrado a Maracay, ebanista y enganchado al fútbol hasta los veinte años bajo el apodo de Pachanga ("rumbeaba bien la pelota", recuerda su esposa, Gladys), reconoce que le hace quedar mal ante la Prensa.

Vicios conocidos de Arango son su adicción al móvil, las chucherías, las tiendas, la falta de puntualidad y el sueño fácil. Virtudes, una izquierda fabulosa de futbolista hecho en las calles que vio antes que nadie (al menos antes que su madre, que aún no ha olvidado los doce balones que de niño perdió en los tejados y el apuro de verle cómo se sentaba en el campo porque le aburrían los partidos) Floro. Él le dio la primera oportunidad en el Monterrey mexicano y se lo trajo al Mallorca. Allí superó el dramático paso por la UCI tras el codazo de Javi Navarro y vivió su tarde de gloria ante la Real Sociedad con el Tottenham llamando a su puerta. Hat-trick abrochado con la volea de la Liga. Ahora es el motor de Venezuela. "Nos hemos aburrido de ser los peores del continente", le gusta decir. Un continente cuya realidad social le duele. No en vano nació en un barrio llamado La Democracia.