Muchas toneladas de indiferencia
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No hay nada más cruel para un futbolista que ver a su público pasando absolutamente de lo que haces o dejas de hacer. Ese fue el castigo del Bernabéu ayer. Quisieron pagar con la moneda del desprecio el fútbol ramplón que llevan soportando. Los jugadores se contagiaron tanto que aquello parecía una pachanga de verano. Sin tensión y sin agresividad. Llegó a ser tan ridícula la situación, que al final del primer tiempo, el estadio reventó en una sonora pitada. La única ovación hasta ese momento se la había llevado Woodgate tras marcar en propia puerta. Para darle moral.
Hasta el resultado parecía dar lo mismo. Tan poquitas bromas admitía el partido que Luxa asomó la gaita menos que de costumbre. No estaba la noche para exhibiciones gestuales. Se hubiera considerado una provocación similar a la de colocar, en un equipo con calidad, a Gravesen y Pablo García como distribuidores de juego. ¡Gástate ochenta millones de euros para eso! Robinho cambió esa tendencia. Y no lo digo porque marcara. Es el único que trasmite alegría. Eso sí, cuando pusieron una pizca de intención, cuatro desmarques de Ronaldo, tres pases de Guti y dos ramalazos de garra de Raúl, el aficionado regresó. O sea, que la frialdad estaba justificada.




