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No hay que ir contra el viento

El hurarcán Kathrina ha dejado un rastro de desolación y muerte que, para muchos colegas, ha tenido la virtud de mostrarnos las limitaciones del peor presidente de Estados Unidos de todos los tiempos y tras los atentados del 11-S, la vulnerabilidad de la mayor potencia del planeta. Por lo que a mi respecta, me pregunto si, además, hemos logrado también aprender algunas lecciones importantes sobre nuestra relación con la Naturaleza. Los dos últimos siglos han visto enormes avances en la labor exploratoria y científica encaminada a comprender y conocer mejor nuestro planeta en paralelo a un asombroso progreso tecnológico.

Ambas fueron aventuras fascinantes que requirieron lo mejor de sus protagonistas y las sociedades que los sostuvieron y alentaron. Sin embargo, uno de los resultados de tanto esfuerzo, quizá el más visible, ha sido una pátina de soberbia respecto a las fuerzas de la Naturaleza con la que nos hemos embadurnado, en la idea de que conocer es lo mismo que dominar. Y ni la dominamos ni, por supuesto, la conocemos del todo. Ha bastado un golpe de viento huracanado para demostrarnos lo indefensos que estamos ante esa madre a la que estamos expoliando y maltratando sin control. Por supuesto que no se trata de algo nuevo. En otras tragedias similares, nos tranquilizábamos pensando que si eran tan graves se debía a que se trata de estados débiles, corruptos, sin medios ni organización. Sin embargo, en esta ocasión, el huracán Kathrina ha golpeado a la primera potencia del mundo con similares resultados devastadores.

Pprobablemente tenga que ver el que, durante décadas, se haya adelgazado el papel del estado y se haya fomentado la competencia y la insolidaridad entre los ciudadanos. En este momento nuestro país es el mejor ejemplo de ello. No es problema de una determinada administración (Bush se basta y se sobra para mostrar sus limitaciones) pues, por ejemplo, un estado tan bien engrasado como el francés no fue capaz de evitar el pasado verano que miles de personas murieran a causa del calor. Por estos lares nuestros responsables insisten en permitir construir en rieras o deforestar y asfaltar nuestros espacios naturales amén de otros desmanes que provocan también tragedias en cuanto llueve con fuerza.

El problema de fondo es nuestra terca actitud de prepotencia, de ir contra el viento, de creernos ajenos y dominadores de la Naturaleza y no parte de ella y de millones de años de evolución. Jack London definió una vez como la "descivilización", ese estado de barbarie al que vuelve el ser humano en cuanto un golpe de la fortuna le priva de esa débil coraza que es la civilización. Las bandas de saqueadores y las atrocidades que nos cuentan desde Nueva Orleáns no son sino muestras de la facilidad con la que podemos adquirir comportamientos crueles. Sólo la humildad de sabernos piezas de un gran engranaje natural y la conciencia de que fue la solidaridad la que construyó la civilización, nos servirán de refugio cuando afuera sople el viento furioso.

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Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'.