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Raúl Corazón de León y cierra España

Es un orgullo compartir con Raúl González Blanco la misma bandera, lengua y nacionalidad. Capitán Trueno, con mayúsculas. Fiero, bravo, valiente. La furia roja de España está personificada en este jabato del siglo XXI, capaz de enfrentarse a las encuestas y al paso de los años con la entereza de un ser inmortal. Transcurrirá el tiempo y Raúl pasará de la treintena, pero todos lo imaginamos tirando de ese carro que en la caldera de pasiones del Calderón parecía la cuádriga de Espartaco. Lástima que este futbolista irreductible no pueda multiplicarse por diez. Todos intentaron seguir su rueda, pero su espíritu de combate y su competitividad dejan en evidencia a muchos de sus compañeros de viaje. España jugó a 300 por hora y dibujó la mejor hora de los últimos tiempos, pero bastó una pifia de Casillas para que Kezman apuñalase las ilusiones mundialistas de la selección de nuestros desamores.

Nada está perdido todavía, pero malo es fiarlo todo a esos compatriotas de Arvydas Sabonis a los que debería primar Villar (por una vez sus sonrojantes despilfarros tendrían sentido) para que el próximo 8 de octubre nos echasen un cable ante los serbios. Lástima. Cuando Raúl giró su cuello como un cisne (rememoró el testarazo histórico de Marcelino a Yashin en la Eurocopa del 64) vi a un líder gritar gol como sólo lo haría quien se resiste a retirarse sin hacer algo grande por esos colores de los que ha dicho sentirse orgulloso: los de España. Los serbios no necesitaron tanta testiculina para sacar petróleo de un pozo de barro y lodo. No merecieron nada. Pero fueron listos. Esa picardía sólo la poseen los ganadores. No es nuestro caso.