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Los niños del tambor que hubo en Jaca

Mientras paseo por Jaca, preparando ahora las próximas expediciones a la cara sur del Shisha Pangma, en el Tíbet, o la Transpirenaica en parapente, visito la Ciudadela. La fortaleza de Jaca es una imponente construcción militar de forma pentagonal que se levanta en esta ciudad oscense desde los tiempos de Felipe II. Durante su visita suelen contar los guías la terrible y aleccionadora historia de los niños del tambor. Al parecer, allá por los tiempos en los que España era un imperio enzarzado en múltiples guerras de religión en Europa, y en el descubrimiento, exploración y colonización de medio mundo, los ejércitos solían enrolar a niños de apenas 13 ó 14 años, que les entregaban sus familias en busca de una reparación del honor dañado. Iban en vanguardia sin otras armas que un tambor con el que atronaban el aire. Al parecer, era una especie de guerra psicológica de la época encaminada a encogerle el corazón y otros menudillos al enemigo.

El caso es que, como es fácil de adivinar teniendo en cuenta dónde les situaban, el número de bajas entre las filas de esos tamborileros de la muerte era escalofriante: casi un 80% de ellos moría o era herido en la batalla. Pero el que lograba sobrevivir tres años detrás de su tambor merecía la recompensa de poder ascender en el más temido ejército del mundo. Aquellos niños fueron los que, durante dos siglos, dieron forma a aquel ejército invencible que, según reza la estatua levantada al Marques de Santa Cruz en Madrid, del "fiero turco, en Lepanto, al francés, y en todo el mar el inglés, tuvieron de verme espanto". Sin duda, los seres humanos hemos sido alumnos aventajados en eso de mejorar las técnicas de la selección natural invéntandonos métodos, tan brutales, como el de los niños del tambor, para descubrir a los más aptos.

Aún en formas mucho menos drásticas, resulta innegable que la teoría de Darwin sobre la selección de las especies impregna y explica toda nuestra existencia. Decía Alex MacKintyre, (un británico que fue el primero en escalar la sur del Shisha), que en el Himalaya, "la caridad termina a los cinco mil metros". La afirmación de este excelente alpinista y mejor escritor británico, llena de ironía y ganas de provocar, hará salivar de placer a alguno de estos advenedizos que montan expediciones comerciales y abandonan a sus compañeros en las alturas, y a unos pocos altos ejecutivos de variado pelaje, a quienes gustaría poner esta frase en letras de molde a la entrada de su oficina.

Pero lo cierto es que ni siquiera Robinho ganará él sólo un partido. De la misma forma que los arcabuceros iban resguardados detrás de los niños del tambor. Nadie llega solo a la cumbre. Ni siquiera Reinhold Messner. Este pionero de las ascensiones en solitario y sin oxígeno debe sus logros asombrosos a su propia iniciativa, tenacidad y talento. Pero también, y en similar medida, a todos los que le precedieron, a los que lo intentaron y se equivocaron o perecieron en el intento. De todos ellos es también la cumbre.